¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

Cultura

Camila Sosa Villada: el arte en cuarentena

IMAGEN-16890122-2

IMAGEN-16890122-2

Foto:

Si Camila pudiera ser un animal sería una perra. Lo sabe por el horóscopo chino y también por el maya. Si le preguntan por un olor, el primero que se le viene a la cabeza es el perfume del chongo en la almohada de su cama. Prefiere la noche al día, lo salado a lo dulce y la lluvia sobre la nieve. Le gusta más el barrio que el pueblo. Y mientras responde las preguntas de esta entrevista piensa en el tango Arrabal amargo en la voz de Ginamaría Hidalgo, se acuerda de Oaxaca, una de sus ciudades preferidas, y del Poema para las tetas, de la escritora estadounidense Sharon Olds.
Camila nació en La Falda, un pueblo montañoso a media hora de Córdoba, en Argentina, el 28 de enero de 1982. Empezó a travestirse a los 16 años, estudió cuatro años de comunicación social en la Universidad Nacional de Córdoba e hizo otros cuatro de teatro en la misma universidad. Protagonizó Carnes Tolendas, una obra lorquiana sobre su propia vida que la convirtió en una figura conocida y que llegó a presentarse en el Teatro Nacional de La Plata. También protagonizó Mía, película de Javier Van de Couter, y dirigió y actuó en la obra de teatro Putx madre. Además, escribió La novia de Sandro (Caballo Negro, 2015), El viaje inútil (DocumentA, 2018), Las malas (Tusquets, 2019) y Tesis sobre una domesticación (Página/12, 2019).
Las malas (Tusquets, 2019), su obra más conocida en Colombia, es la suma de todas las vidas que Camila Sosa ha tenido. Sus páginas, llenas de fantasía, recorren la historia de un grupo de travestis en Córdoba y sus amores con hombres sin cabeza; habla sobre la metamorfosis que muchas acaecen en pájaros y lobas, y también sobre las heridas del pasado, la maternidad, los milagros, los sueños. Una novela anfibia atravesada por la crónica y la poesía que guarda una mirada personal y urgente.
Son las diez de la noche en Córdoba, Argentina. Desde la ventana de su apartamento, en un onceavo piso, se ve el oeste de la ciudad. Vive en el centro, por lo que en los fines de semana no hay mucha actividad diurna; es la dosis de vacío que puede resistir. “De día la vista no es tan guapa como en la noche”, escribe. Hace frío, pero dentro de casa tiene calefacción y un gin tonic a la mano: está en medio de una fiesta virtual y en su pantalla, donde empieza a responder las preguntas, aparecen cuadros en donde sus amigos bailan desde sus departamentos.
En Las malas, la belleza se ve atravesada muchas veces por una metamorfosis mística, si se quiere mitológica. Usted escribe: “La hermosura fue breve. Y mientras existió fue maravillosa”. ¿De dónde nacen estas imágenes que nos llevan por la vida de mujeres pájaro, hombres sin cabeza, lobas…?
De mis lecturas, creo. De todas las lecturas de mi vida. De las películas que he visto. Pero, sobre todo, de la misma noche y de todas las travestis que la llenaron de su animalidad. Ya lo he dicho antes, pero es que no encuentro respuesta mejor: Frida Kahlo decía que ella no era surrealista, que ella pintaba su propia realidad. Me bastó con ir a México para comprobar que no mentía ni un poquito. Aquí es lo mismo. Había que ser una veinteañera curiosa y desesperada por vivir como lo fui hace muchas vidas y había que estar en el parque de noche, para entender que todas las transformaciones eran posibles. De los cuerpitos de nada de un varón surgían esas hembras monumentales, esas tetas, esas caderas y esas bocas. Yo misma tomé el cuerpo que me fue dado y lo amasé con estrógeno hasta dejarlo suave y brillante como una hoja de verano. Era posible todo lo contado en Las malas. Ahora… los hombres sin cabeza son todas las cosas buenas de los hombres que he amado puestas en un solo cuerpo. Por supuesto, no podían tener cabeza; es como decir que les arranco la escuela de la masculinidad de lleno y les dejo solo el cuerpo, que es lo mejor que tienen.
Hace cuatro años, con la obra Carnes Tolendas comenzó su carrera como actriz. ¿Cómo fue esta experiencia y qué fue lo que más cambió?
Carnes Tolendas significó dejar la prostitución, que la gente me respete y considere que yo tenía algo que dar y lo reciba. Fue poder hablar en un lenguaje con el que había intentado comunicarme toda la vida y rara vez había resultado en una comunicación. También significó volverme familiar para mucha gente, no famosa, pero sí familiar y muy prestigiosa. Incluso personas que ahora deben haberse decepcionado, todavía hablan con admiración de ese trabajo. El hecho de volverme familiar me puso a salvo de muchos peligros. Una travesti anónima está expuesta a todo el daño del mundo.
Hace poco usted dijo que Las malas es un paseo por su casa. En el momento en el que escribe el libro decide cuáles puertas abrir y cuáles mantiene cerradas. ¿Cómo fue ese proceso de “curaduría arquitectónica” en la novela?
No seré original al responder que al principio son imágenes, imágenes que se me aparecen y que yo deseaba ver. En esto estoy muy cerca de lo que quiero, casi únicamente en la literatura, de esta relación entre lo que quiero y lo que obtengo. Esas imágenes son apenas la punta del ovillo y aun así son la potencia de cualquier historia, porque es a partir de ellas que multiplico el mundo. Luego comienzo a escribirlas hasta que me agoto. Por lo general, abandono unos días –a veces meses, a veces años– también los escritos a partir de esas imágenes. Y un día cualquiera vuelvo a ellas y comienzo desde el principio, corrigiendo lo escrito. Y es la misma corrección la que va llevándome hasta el final de la historia. Una vez que comienzo esta parte del trabajo es que ya no lo puedo dejar.
También es cierto que me cuestan mucho los finales, soy muy ambiciosa. ¿Sabés? Soy muy pretenciosa respecto a las últimas palabras, entonces dejo las historias sin final otro tiempo, de leudado, hasta que finalmente la última imagen se me aparece. Y es la que orienta no solo el final, sino también la corrección total de la historia. Otras veces he dicho que es como cubrir un puñado de huesos con músculos y órganos y sangre y todas esas cosas vivas de un cuerpo. Apenas se tienen unos huesos y luego, sin darse cuenta, una sienta sobre su falda una criatura extraña, maligna e inmortal. Las malas durante mucho tiempo fueron solo las manos de la Tía Encarna tomando un bebé que grita de hambre en una zanja.
Foto: Cortesía Editorial Planeta
Al comienzo de la cuarentena, María Gainza y Mariana Enríquez tuvieron una conversación sobre la dificultad de leer y escribir en el encierro; sobre todo de crear. ¿En su caso, cómo pasa los días?
No tengo ese problema. Continué leyendo y escribiendo con la misma dificultad de siempre. Jajajaja. Ninguna de las dos actividades me ha resultado fácil nunca. Tal vez leer un poco más, pero tampoco tanto. Luego están los compromisos adquiridos antes de la pandemia: tuve que trabajar sí o sí, extraño mucho a mi papá y a mi mamá, a mis amigos y amigas, el cine se extraña terriblemente, también el bar donde voy a emborracharme y el gimnasio, que es uno de los lugares donde más me divierto. Al comienzo bebía mucho. Comenzaba a tomar alcohol en el almuerzo y no paraba hasta la noche. Pero soy de esas personas que encuentran sabor en el rigor y me propuse no beber de lunes a viernes, entrenar todos los días con unos videos de YouTube, cocinarme y trabajar. En ese orden, se me hizo tolerable la cuarentena.
Usted es muy activa en redes y quienes la seguimos podemos ver parte de su rutina: la música, el baile, la lectura, las conversaciones y el humo que sube a medida que cae la noche. ¿Qué pasa fuera de cámara?
¡Ay, qué vergüenza! Sucede que durante un tiempo no tenía tantos seguidores. Eran muchos, pero no taaantos, y me gustaba ese registro. Comencé a chatear en el 2000, entonces mi relación con lo virtual es muy distinta de la que puede tener la mayoría. Eran otros tiempos y era algo nuevo en ese entonces. No es que haga mucho más cuando no estoy en las redes, hago lo mismo. Por supuesto, no voy a mostrar las horas que paso sentada en el inodoro leyendo o las maromas y vagabundinas que cometemos con mi amante cuando viene a pasar el fin de semana conmigo. Pero pienso en los secretos. Mis secretos, es decir, mi intimidad, siguen estando a salvo.
El virus ha redefinido muchas cosas. Teniendo en cuenta que la historia de Las malas ocurre en las calles y los parques, ¿cómo se imagina la vida de la Tía Encarna y del resto de personajes durante la cuarentena?
Me las imagino violando la cuarentena una y otra vez, poniéndose en riesgo como siempre lo hicieron, porque la vida siempre fue un riesgo para esas travestis. Me las imagino cocinando enormes ollas de guiso para compartir entre todas e inventando nuevas formas de hacer dinero con el deseo de los hombres. Me imagino a la Tía Encarna enviando sus cuervos mensajeros a su Hombre sin Cabeza para que la rescate. Me imagino a Camila leyéndole a El Brillo de los Ojos, aunque tal vez El Brillo de los Ojos sería ya un Hombre sin Cabeza. Un tipo de hombre nuevo. Me imagino a la Tía Encarna cubriéndose de oro, volviéndose de oro. A la Machi cada día más poderosa, capaz de resucitar muertos y envenenar con sus rezos a nuestros enemigos. También me las imagino violentas y salvajes, cada día más, absolutamente bravas en un mundo de obedientes. Y me imagino que oponen su maldad a la malignidad de todos los que nos rodean.
Foto: Cortesía Editorial Planeta
En una entrevista, Lohana Berkins, una de las precursoras de los derechos de travestis en Argentina, dijo: “la prostitución sigue siendo la única alternativa”. ¿Qué opina al respecto?
Que sí, que tenía razón. Y que al ser la única alternativa es una imposición. Que al menos mi deseo es que sea una alternativa entre tantísimas otras y que cualquiera pueda decidir cómo entrega su vida al capitalismo, qué clase de beneficios se obtienen de esta entrega. Y pienso también que la sociedad debería pagar un impuesto travesti, un impuesto es retroactivo: se toman en cuenta los miles de muertas, los años de prostitución, los golpes, los insultos, las miradas de desprecio, los años extrayendo de nosotras sus teorías de mierda, sus estudios y tesis antropológicas; se toman en cuenta los daños hechos sobre el cuerpo y sobre el pensamiento, y se le cobra a cada ciudadano que no es trans. Sería un impuesto que se destina a las travestis.
Y Marlene Wayar escribió: “Todas las travestis tenemos un cementerio en la cabeza”. Es una comunidad con una relación muy cercana a la muerte.
Impuesto travesti. Paguen. Paguen con dinero toda esta mierda.
En Colombia, medidas como el “pico y género”–que consistía en que los hombres podían salir en días impares y las mujeres en pares– y la reciente muerte de Alejandra Monocuco, después de que la Secretaría Distrital de Salud se negara a prestarle atención médica por el hecho de ser una trabajadora sexual seropositiva, son hechos que han avivado el debate sobre la violencia hacia la comunidad transgénero…
Me aturde que se callen así sus crímenes. Que inmediatamente ahora, cuando lean esta respuesta, intenten sacarse de encima la culpa de nuestras muertes. Con qué arte se lava las manos, digamos, un noventa por ciento de la población; con qué rapidez sale a gritar que tienen el culo limpio, que ellos no han matado a nadie, que ellos jamás nos discriminaron. Pero una dice un “pero” y ya se retira la marea y deja los cadáveres en la playa a la vista de todos. No nos nombran los presidentes, no nos mencionan en sus discursos, se callan esa atrocidad que cometen en silencio, un silencio pactado. No nos nombran los que hablan de la pobreza, jamás. Apenas algunos sectores del feminismo, algunos sectores de la izquierda. Y luego está el silencio alrededor de las travestis y esa consecuencia cultural que somos las travestis. Se callan para cuidarse ellos mismos. Ustedes. Y son tantas las cosas que tienen que desligarse, que depilarse, los crímenes a las mujeres, la ausencia de leyes, cómo dejan morir a las personas, la contaminación… que una podría decirse primero hay otras cosas más importantes que las travestis. Pero no. No hay nada más importante que nada en su silencio. Las travestis somos el grito. Estamos gritando lo que la humanidad calla. Que somos malignos.
Foto: Cortesía Editorial Planeta
Hay una frase en Las malas: “El amor y la belleza son cosas agotadoras”. ¿El amor se ha redefinido en la situación actual? ¿O, al menos, el afecto?
Creo que lo que más ha puesto en cuestionamiento el amor no ha sido la pandemia, sino el feminismo. La gran pregunta es el feminismo y no solo respecto a los modos en que se ama y se recibe el amor, sino a la importancia del amor en la vida de las personas. El amor que coge, digo, el amor que involucra también coger, el amor que es una pasión. ¿Era tan necesario el amor para vivir? ¿Se puede ubicar al amor dentro de una lógica, con su duración, sus reglas, sus causas y consecuencias? ¿Qué tanto bien nos hace? Creo que esas preguntas dichas ahora ponen de relieve cierta equivocación necia respecto a nuestra concepción del amor. Una noción sin alternativas, como si el amor fuera la alternativa para todas las personas y solo estuviera hecho del bien. Sharon Olds dice en un poema algo así como que muy cerca del origen del amor está el apretón, la amenaza que educa. Durante siglos, el amor ha sido el puntero con el que se nos señaló y castigó y educó. La pandemia, en todo caso, no revela nada que no haya estado justo frente a nuestros ojos en esas vidas pasadas.
¿Cómo se imagina el futuro, en medio de esta pandemia?
Me imagino, o deseo, comunidades. Comunidades que se respetan unas a otras. Me imagino que la educación se vuelve importante y dedicamos nuestros esfuerzos a la mejor educación posible para quienes nacen en este mundo horrible que terminamos por hacer. Me imagino que es la educación que contempla de uno en uno, la que hace un mundo que sana poco a poco. Me imagino que las comunidades son múltiples y diversas. Me imagino patios como los de la casa de la Tía Encarna. Me imagino travestis presidentas.
NICOLÁS ROCHA CORTÉS
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 159 - JUNIO 2020
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO