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Historias

Colombia con conflicto y sin él

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Hace diez años, en julio de 2006, asumí el Ministerio de Defensa. Entonces el mayor desafío de seguridad era combatir a la guerrilla, y enfrenté la tarea con toda la determinación. Gracias a un nuevo enfoque en el campo de la inteligencia y de las operaciones conjuntas de la fuerza pública, se dieron entonces los primeros golpes a miembros del secretariado de esta guerrilla, incluida la inolvidable Operación Jaque, que liberó a 12 colombianos y 3 extranjeros sin disparar un solo tiro. 
Eran otros tiempos. Eran los tiempos de arreciar la ofensiva. ¿Para qué? No para perpetuar la guerra, sino para acercarnos a la paz.
Hoy, una década después, vemos la paz, por fin, como un objetivo posible y cercano. El último año ha sido el de menor intensidad del conflicto interno armado en toda su historia, y ya acordamos los términos del desarme de las Farc y del cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo. Adicionalmente, tenemos hoy las tasas de homicidio y de secuestro más bajas de los últimos cuarenta años.
Ha sido una transformación palpable que se ha traducido en más inversión, en más turismo, en más tranquilidad para todos los colombianos y –algo muy importante– en menos víctimas, menos muertos, producto de esta guerra absurda entre hijos de una misma nación.
Sin embargo, hasta tanto no se logre el acuerdo final y no se refrende por los colombianos en el plebiscito, todo lo avanzado en los últimos diez años sigue en riesgo. Nadie quiere volver a esos tiempos de guerra permanente, sobre todo en el campo, donde más han sufrido el atraso, la pobreza y el dolor que deja la violencia.
Durante más de medio siglo no hemos vivido un solo día sin ver en televisión o escuchar en la radio sobre enfrentamientos, bombas, soldados y policías muertos o heridos, y guerrilleros también muertos o heridos. Nos estábamos acostumbrando a la barbarie, porque la guerra siempre es eso: una barbarie. La guerra es la derrota de la razón y la deshumanización del hombre.
Ahora, cuando vemos por fin la luz al final del túnel, nos llegó la hora de participar y de tomar el futuro con nuestras manos, para tener el país que soñamos y que podemos ser, sin ese lastre pesado de la guerra.
Nadie dice que la firma del acuerdo final sea la panacea, la solución a todos los problemas del país. No. Pero sí será el comienzo del mayor cambio que haya visto Colombia en muchísimo tiempo. Será el comienzo de un periodo de arduo trabajo para construir la paz en cada rincón del territorio; para llevar los servicios del Estado a las zonas más golpeadas por la guerra; para sembrar en los corazones y mentes de todos una cultura de tolerancia y convivencia que reemplace a esa otra cultura de enfrentamiento y exclusiones que tanto daño nos ha hecho.
Colombia, dentro de otros diez años –si superamos y dejamos atrás el conflicto– será otra, mucho mejor, porque habremos usado los recursos que hoy se destinan a la guerra para la educación, para la salud, para la vivienda, para la infraestructura y, algo muy importante, para la seguridad ciudadana, pues los hombres y equipos destinados a combatir a las Farc podrán destinarse a proteger mejor a los ciudadanos y a contrarrestar los restantes factores de criminalidad.
Sin guerra, vendrán muchos más inversionistas y muchos más turistas, con lo que esto significa en generación de empleo. Sin guerra, Colombia entrará por fin al siglo XXI, con el orgullo de haber superado una tragedia que nos duró más de medio siglo. Con el orgullo y la alegría de haber tomado el futuro con nuestras manos.
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