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Historias

Nación sorda

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El periodista Eduardo Arias, entró a la nación sorda de Colombia. Una nación discriminada y excluida. Una comunidad reconocida por la ley que ha tenido que librar largas y difíciles batallas para que se les reconozcan sus derechos. Se habla de 500.000 colombianos (la población de Bucaramanga) sordos en todo el país. Personas que durante mucho tiempo fueron trata das como retrasadas mentales. Arias, oyó las historias de Edith Rodríguez, sorda e hija de padres sordos; Cristian Briceño, sordo e hijo de padres oyentes, y Javier Mora, intérprete de señas para televisión, oyente e hijo de padres sordos.
Durante mucho tiempo consideré a los sordos como personas con las que era imposible comunicarse. Me costaba mucho trabajo entender cómo hacían para arreglárselas en un mundo que gira alrededor de los colores y las formas que ven nuestros ojos, pero también de los sonidos que nos rodean.
Cuando vi la película Babel, de Alejandro González Iñárritu, se me abrió una rendija al mundo de quienes, en el lenguaje incluyente y políticamente correcto, se denominan “personas en situación de discapacidad auditiva”. Una de las protagonistas es una adolescente que se comunica con sus amigos en lengua de señas. Me impactó sobremanera verla en una discoteca. ¿A qué iba? ¿A ver luces? ¿A ver bailar a los demás? ¿O será que capta alguna vibración en el ambiente que le permitía disfrutar a su manera el house y el techno?
Y cuando trabajé en un documento que destacaba los proyectos de inclusión de alcaldes y gobernadores, me llamó mucho la atención que el ente rector en Colombia de esas personas “en situación de discapacidad auditiva” se llame Instituto Nacional para Sordos. No “Instituto Nacional para Personas con Discapacidad Auditiva”, sino sordos, a secas. Al fin qué, ¿es adecuado o no utilizar la palabra sordo?
Javier Mora, intérprete de señas para televisión, oyente e hijo de padres sordos. 
Mi trabajo en Señal Colombia me ha llevado a lidiar con televidentes y realizadores que están en contra de que una parte de la pantalla del televisor la ocupe un intérprete de lengua de señas. Le dedicamos un programa al tema y las entrevistas que dieron Marcela Cubides, directora del Instituto Nacional para Sordos (INSOR) y Javier Mora, uno de los intérpretes de señas del canal, fueron mi puerta de entrada a un mundo para mí insospechado. La nación sorda. Una nación dentro de Colombia. Los sordos forman parte de Colombia, son colombianos, pero tienen su propia identidad, que se las otorga su bien cultural más preciado, ese que tanto molesta a muchos televidentes: la lengua de señas, que también es el símbolo de varias décadas de resistencia y lucha contra la discriminación y la exclusión.
Con Javier Mora me pegué un par de conversadas que me ayudaron a ahondar más en ese mundo de los sordos al que él llegó desde que nació, ya que es un oyente que vivió sus primeros años rodeado de sordos. Padres y hermanos sordos. Pero el suyo era un caso bastante diferente al de Edith Rodríguez, sorda e hija de padres sordos, y el de Cristian Briceño, sordo e hijo de padres oyentes. Edith y Cristian trabajan en el INSOR y allá, con la ayuda de dos intérpretes, pude atisbar una mínima parte de su mundo.
Lo primero que hizo Cristian cuando nos presentaron fue bautizarme. Mi nombre, en lengua de señas, es un movimiento del brazo derecho que simula el acto de ponerse un sombrero. Me senté enfrente de ellos y durante casi tres horas conversamos. No es fácil verlos a ellos hablar en lengua de señas mientras un intérprete, al que uno no tiene enfrente, es quien traduce. Uno asume todo el tiempo que las voces de los intérpretes son las de Edith y Cristian. Y como los intérpretes también captan la intención de sus señas, entonan con alegría, tristeza, ironía, sarcasmo y uno termina por creer que en realidad los escuchó a ellos y no a quienes los interpretan.
Aunque cuenta con un sistema de movimientos de mano para deletrear palabras que carecen de un símbolo o para mencionar nombres propios, la lengua de señas no es una transcripción de un lenguaje hablado y escrito como castellano. A primera vista se parece a la mímica y el primer impulso que uno tiene es intentar entender los gestos. Algunos son comunes a los que hacemos los oyentes cuando hablamos. Sonrisas, miradas de asombro, gestos de malestar o molestia. Pero por ahí no va la cosa. Cuando se les presta atención a las manos y los brazos es evidente que muy pocas señas representan una acción determinada. Por poner un ejemplo, en lengua de señas lavarse los dientes no se expresa con movimientos que imiten el acto de cepillarse y hacer buches. La gran mayoría son movimientos abstractos.
"Soy una persona sorda, pero no tengo un problema", dice Edith Rodríguez en lengua de señas.  
La lengua de señas podría equipararse más bien a un idioma como el chino, que se basa en ideogramas. Además, cinco miradas distintas (risa, tristeza, enojo, asombro, duda) le dan cinco significados diferentes a una misma configuración de manos y brazos. Así que aprender lengua de señas es dispendioso porque es necesario memorizar alrededor de 3.000 signos.
Pero ahí no termina el problema. Cada país ha desarrollado su propia lengua de señas. La colombiana se empezó a crear a partir de 1924 con gran influencia de la lengua de señas francesa. Además, tiene sus matices. “De la misma manera que un costeño al hablar es más relajado que un rolo, en su lengua de señas también lo es”, dice Javier Mora.
Es una lengua en constante evolución. Cuando surge una nueva palabra o un nuevo concepto se crea una seña. Palabras como Facebook, Twitter o Instagram no existían. Cuando aparecieron se deletreaban y hoy ya tienen un símbolo. Una de las cosas más difíciles de su lenguaje es la interpretación de un modismo. Cristian recuerda que le costó mucho trabajo entender que “no tener pelos en la lengua” significa “hablar de manera frentera”. Los signos de “tener pelo” y “en la lengua” los desconcertaban. Así mismo le ocurrió con la expresión “sacar las uñas”.
El posconflicto también ha generado la necesidad de crear nuevas señas. Cristian trabaja en el marco de un convenio entre el INSOR y la Biblioteca Luis Ángel Arango denominado Señas para la Paz. El objetivo es crear señas que identifiquen esos nuevos conceptos. A través de un video que se exhibe en la sede de la biblioteca se empiezan a difundir en la comunidad sorda.
Edith Rodríguez, sorda e hija de padres sordos. // Cristian Briceño, sordo e hijo de padres oyentes.  
En la actualidad existen un poco más de cien lenguas de señas en todo el mundo. En eventos internacionales los sordos se comunican a través del sistema de comunicación internacional, que no es una lengua en sí, sino un grupo de convenciones que permiten entenderse. Algo así como las señales de tráfico, que son universales, pero que en sí no constituyen un idioma.
***
Tanto Edith y Cristian como Javier tuvieron que guerrear desde muy niños para salir adelante. Pero sus infancias fueron bien diferentes. Javier, quien hoy tiene 43 años, nació en un hogar de padres y hermanos sordos. Es el menor de la familia y pensaba que ser sordo era un castigo de Dios. Rechazaba a la comunidad sorda y se preguntaba por qué en su familia no hablaban.
En el caso de Cristian Briceño, quien hoy tiene 31 años de edad, era el padre quien pensaba que la sordera de su hijo era castigo de Dios. Él nació en una familia de oyentes. Cuando empezó a crecer su mamá lo llamaba y no respondía. Un día cayó una olla muy cerca de él y a pesar del estruendo ni se inmutó. Su mamá lo llevó al INSOR donde se determinó que era una persona sorda. Ella se deprimió y lloró mucho. Pensaba que la sordera estaba relacionada con una discapacidad mental y que Cristian siempre iba a depender de ella.
Por su parte, Edith Rodríguez, de 32 años de edad, es hija de padres sordos. Su papá, Édgar Julio Rodríguez, fundó la Sociedad de Personas Sordas de Bogotá. Fue su presidente y María del Socorro Díaz, su esposa, su secretaria. Desde muy niña Edith estuvo en contacto permanente con personas sordas adultas y desde entonces se sintió orgullosa de ser sorda. Logró percibir el sentido de pertenencia que su familia tenía con la comunidad. Ella es la menor de la familia y tiene tres hermanos oyentes. El contacto con sus padres le permitió aprender lengua de señas desde muy temprana edad. Su abuela no sabía señas y eso la desconcertaba. En ocasiones sentía cierta fobia hacia los oyentes porque sus padres le repetían: “Cuidado permite usted que los oyentes la discriminen. Usted no puede permitir que los oyentes le digan que usted no es capaz”. Ella lo tomaba como si le hubieran dicho que los oyentes eran malvados. Eso la llevó desde niña a querer demostrarle al mundo de lo que es capaz y de niña era furiosa y retadora.
En lengua de señas significa: Buena calidad 
En la infancia tuvieron que lidiar situaciones adversas. Edith hizo la preparatoria en un colegio de oyentes y le molestaba que la pusieran a colorear mientras los otros niños hacían otras actividades. Salía del salón y se iba donde su hermana, oyente, que ya estaba en bachillerato. La profesora corría tras ella desesperada y Edith le cerraba la puerta en la cara. Su hermana la acompañaba al salón y trataba de interpretarla para que la profesora entendiera que ella no quería colorear, sino aprender y se lo negaban porque la profesora no sabía comunicarse con ella.
Cristian, en cambio, pasó un tiempo muy corto en una guardería del INSOR y sus padres, que querían volverlo oyente, lo pasaron a un hogar infantil donde obviamente la comunicación era bastante complicada. Su papá insistía muchísimo en que se comunicara de manera oral. Cristian tiene dos hermanas, pero en ese momento estaba muy ligado a la mayor. Tenían un código de comunicación bastante hogareño, muy gestual.
Posteriormente entró a un colegio para personas oyentes. Perdió dos años y le frustraba mucho no obtener buenas calificaciones ni progresar en el ámbito académico. Se limitaba a copiar como un loro lo que el profesor escribía en el tablero y no entendía absolutamente nada. Dependía mucho de su hermana para realizar las tareas. Hasta los ocho años utilizó el lenguaje corporal para comunicarse. Para indicar que quería ir al baño, lavarse los dientes o irse a dormir usaba unos códigos que habían creado en su familia.
A la hora del descanso no oía la campana, pero sabía que había llegado el recreo porque sus compañeros se organizaban en filas y los profesores los ponían a hacer ejercicios. Él tiene un recuerdo triste. En una ocasión un compañero que caminaba detrás de él en la fila le hizo zancadilla. Al caer empujó al compañero de adelante y varios niños más cayeron por el efecto dominó. Un profesor lo culpó del incidente y él no pudo explicarle que le habían hecho zancadiilla.
En lengua de señas significa: Regular calidad
Javier, como Edith, nació en un entorno de sordos y se comunicaba por señas. En su casa el timbre era un bombillo que se encendía cuando alguien oprimía el botón y tenían un perro que ladraba cuando alguien llegaba. Cuando lo veían mover la boca y agitarse sabían que alguien tocaba a la puerta. En un comienzo sus familiares pensaban que Javier también era sordo. Cuando sus padres supieron que podía oír y por consiguiente hablar, lo educaron como un intérprete y comenzaron a utilizarlo para hacer sus diligencias. Por ejemplo, el carnicero siempre robaba a su mamá, hasta el día en que Javier fue con ella. Él lo confrontó y dejó de aprovecharse. Sin embargo, eso tuvo su lado contraproducente porque Javier hablaba lo mínimo necesario. Como necesitaba un entorno donde le hablaran lo internaron en un colegio de la Beneficencia de Cundinamarca en Chipaque. Para él fue un castigo. Cuando su mamá iba a visitarlo sus compañeros le gritaban: “Ahí viene la mudita de Javier”. Allí estuvo cinco años y luego se pasó al colegio Balsalis, en Silvania, Cundinamarca, donde hizo el bachillerato.
A los cuatro años Edith entró al Colegio Sabiduría, donde todos hablaban en lengua de señas. Había profesores oyentes y lo que enseñaban era un español signado: oralizar y hacer señas al mismo tiempo. Ellos se dieron cuenta de que podía ayudarlos a comunicarse mejor con los alumnos. Edith era una minintérprete porque sus fundamentos en lengua de señas eran muy buenos y podía explicarles a los estudiantes. Al llegar a quinto de primaria estaba aburrida porque allí se enseñaba modistería, ebanistería, y ella quería ser bachiller. La matricularon en el colegio Jorge Eliécer Gaitán, donde existía un proyecto de integración de personas sordas y oyentes. Siempre fue mejor estudiante que los oyentes. También fue personera del colegio y sus compañeros la eligieron su representante.
Mientras tanto, los padres de Cristian buscaron un colegio al cual pudiera adaptarse y en 1994 dieron con el colegio Filadelfia para sordos. Antes de llegar a ese colegio Cristian pensaba que era la única persona sorda en todo el mundo. Allí descubrió el mundo de las personas sordas. Comenzó a aprender lengua de señas a los nueve años. Sin embargo, cuando quería hacer señas en su casa su mamá le golpeaba las manos y le decía: “¡Hey, no, tienes que hablar, tienes que fortalecer tu parte oral!”.
Lo matricularon en transición con niños mucho menores. Quería estar en primero de primaria, pero le decían que debía aprender lengua de señas y que luego sí aprendería otras materias. En los recreos buscaba a los de su misma edad para comunicarse con ellos.
En lengua de señas significa: Mala calidad
En sus vidas adultas también tuvieron que guerrear bastante para salir adelante. Edith se graduó de undécimo grado y sus papás estaban muy emocionados. Les dijo que todo se lo debía a ellos y que quería seguir en la universidad. Para don Édgar era un capricho, una especie de utopía. Pero fue tanto lo que insistió Edith que acordaron que él le pagaba el primer semestre y que si lo perdía tendría que trabajar de día y estudiar de noche para costearse el resto de la carrera. Ingresó a la Universidad Pedagógica a estudiar sicopedagogía. Los profesores de esa carrera habían tenido una mala experiencia con dos alumnos sordos poco dedicados y eso le generó dificultades. Fue un proceso de lucha muy fuerte porque los profesores pensaban que esa carrera no era apta para sordos. Además, por falta de presupuesto había meses en que estudiaba sin intérprete y los profesores le decían que debía adaptarse.
Sus compañeros oyentes, al ver que luchaba por sus derechos y era una estudiante muy comprometida, se solidarizaron con ella y bloquearon la universidad. A partir de ese momento comenzaron a abrirse más espacios para las personas sordas dentro de la universidad.
Cristian se graduó del colegio en 2005. Sus padres creían que Cristian iba a depender de ellos toda la vida, pero ahora se daban cuenta de que era una persona independiente. Durante dos años trabajó en un proyecto de traducción de la Biblia en lengua de señas y luego ingresó a la Corporación Universitaria CENDA para estudiar danza contemporánea. Su papá no podía creer que pudiera percibir la música y ser un bailarín. Pero gracias a su esfuerzo y el de sus maestros, que no tenían experiencia en ese tipo de proyectos de inclusión, se graduó como técnico profesional en danza contemporánea. Al ver el diploma, su padre le dijo: “Tú no puedes percibir los sonidos a través del oído pero puedes percibirlos a través del corazón”. Se le reconoció como el mejor estudiante dentro de la academia y le otorgaron una mención de honor porque fue uno de los mejores bailarines de danza contemporánea a nivel nacional. Ahora quiere profesionalizarse como maestro de danza y dirección de coreografía.
A Javier le aburría ser intérprete y comenzó a estudiar ingeniería civil. “Sin embargo, siempre algo me jalaba a prestar el servicio de ser intérprete de lengua de señas”. Una tarde, en la Plazoleta del Rosario, se encontró a Juan Lozano, que era el director de CitytTV, y le propuso trabajar como intérprete de señas. Lozano le advirtió que debía madrugar a las cuatro de la mañana y trabajar gratis. “Lo hacía de corazón porque sabía que detrás de esa cámara estaba mi mamá”. No pudo graduarse de ingeniero, pero al menos obtuvo el título de tecnólogo en construcción. Además, su trabajo ha dejado una huella muy importante en el país. Y también en su familia. Su hija de tres años, que es oyente, se comunica con su abuela en lengua de señas.
Por su parte, Edith no se cansa de seguir aprendiendo. Luego de graduarse ingresó a trabajar al colegio La Sabiduría. Hizo una especialización en orientación en sexualidad en la Universidad Manuela Beltrán y desde agosto de 2014 trabaja en el INSOR. También cursa una maestría en lingüística en el Instituto Caro y Cuervo. En estos momentos es candidata a magíster en Lingüística. Su finalidad es generar nuevos conceptos que le permitan a la lengua de señas tener un estatus lingüístico en el ámbito académico.
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Edith, Cristian y Javier muestran cómo los sordos están dispuestos a luchar hasta el final para que se les reconozcan y respeten sus derechos. Muchos de ellos prefieren que les llamen “personas sordas” o “sordos”, y no “personas en condición de discapacidad auditiva” o “personas en situación de discapacidad auditiva”. Por un lado, porque ellos son una comunidad lingüística reconocida por la Ley 324 de 1996. Por el otro, porque no consideran que la sordera les haga perder capacidades. Pueden adquirir el castellano y la lengua de señas por otros canales y métodos. Los sordos han generado movimientos y agrupaciones desde donde han construido su propia cultura y han exigido sus derechos. Esto los ha llevado a construir una identidad sorda que ha sido el eje central para desarrollar su personalidad y su manera de relacionarse con el mundo. No solo por la lengua, sino también por expresiones propias de los movimientos culturales, tales como canciones, arte o cuentos, incluso los chistes y el humor. Al respecto Javier Mora dice que lo han invitado a Sábados Felices a que interprete chistes. “Les he dicho que no. ¿Cómo interpreto ‘un pastuso le dijo a un paisa’ si ellos jamás han oído hablar a un pastuso y a un paisa? Los chistes de los sordos son totalmente diferentes. Su humor más que todo es corporal, como el de Charles Chaplin”.
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La comunidad sorda ha debido librar largas y difíciles batallas para que se les reconozcan sus derechos. Durante mucho tiempo se les trató como retrasados mentales y tuvieron muchas dificultades para acceder a la educación. Una persona sorda a lo sumo aspiraba a terminar la primaria y quedaba confinada a ejercer oficios manuales.
En una época a los sordos les amarraban las manos para que no hablaran en lengua de señas. Así les tocó a los padres de Edith, pero ellos se resistieron a la oralidad y se aferraron a la lengua de señas. Cristian recuerda que al llegar del colegio les decía a sus papás: “Aprendí esa seña” y ellos le pegaban con la correa en las manos y le decían: “No, usted tiene que hablar. No use lengua de señas. Eso es feo”. Su papá pensaba que eso le daba una imagen negativa y quería mostrar que su hijo era oyente, como todos los demás.
En lengua de señas significa: Estar bien 
Javier Mora recuerda el caso de uno de sus hermanos, que hubiera podido entrar a la universidad pero le tocó vivir en una época en la que las puertas se les cerraban a los sordos y le decían que fuera a una institución especial. “Los sordos no tienen una discapacidad. Solo necesitan un intérprete para aprender. Yo conozco un sordo que maneja tractomula. Conozco un sordo que gerencia una empresa. Conozco sordos que son doctores. Conozco sordos que estudian física. Mi hermano fue tallador de esmeraldas. Iba a la mina con calculadora en mano, se hacía entender y compraba las piedras”.
Hoy día las cosas han comenzado a cambiar. Como señala Marcela Cubides, “el acceso de personas sordas a educación superior y a trabajos de diversa índole, así como a escenarios como la televisión, ha ayudado a transformar estos estereotipos”.
Uno de los avances más visibles de la inclusión de la comunidad sorda se ha visto en la televisión. Javier Mora recuerda que ha sido una lucha complicada. Al comienzo mucha gente se preguntaba: “¿Ese personaje qué está haciendo? Que quiten a ese payaso de ahí que está dañando la imagen del canal”. Los realizadores también consideran que el recuadro arruina la composición y la estética de la imagen. El cuello de botella radica en que aún no se ha logrado desarrollar una tecnología que permita hacer opcional el recuadro en lengua de señas, como sí ocurre con el closed caption, o texto escondido.
Poco a poco ha habido más tolerancia y más respeto hacia el trabajo de los intérpretes de lengua de señas en la televisión, así como en las políticas de inclusión. Eso considera Viviana Bedoya, coordinadora del Grupo de Información y Contenidos Accesibles del INSOR, responsable de asesorar en el tema de accesibilidad a organizaciones públicas y privadas y quien ha dirigido en diversos canales programas audiovisuales en lengua de señas. En la actualidad los canales de televisión emiten 18 horas diarias de closed caption. Algunos contenidos, como las alocuciones presidenciales y los mensajes institucionales emitidos con el apoyo de la Autoridad Nacional de Televisión (ANTV), cuentan con intérprete de señas. En los canales públicos nacionales y regionales se emite una hora de lengua de señas en programas de diferentes géneros. Sin embargo, ella considera que esto es muy poco. Lo mismo opina Mora. “Hay gente que hace cualquier artimaña con tal de negarles espacio a los intérpretes de lengua de señas en la televisión”. Muchos argumentan que el closed caption resulta más que suficiente. Pero no es así. Para la gran mayoría de los sordos el castellano no constituye su lengua nativa y muchos de ellos apenas conocen ciertos rudimentos. Incluso existen sordos que jamás aprendieron a leer y escribir en castellano. “Para mí, el closed caption no está impactando a la comunidad sorda”, señala Mora. Es por eso por lo que también se vienen adelantando estudios técnicos que permitan establecer cuál es el mejor mecanismo para llegar al acceso pleno de la televisión, cuyo camino puede ser el internet, como le ha propuesto el INSOR a la ANTV. ¨Queremos tener un canal único, un Netflix para sordos, en el que allí encuentren desde telenovelas, partidos de fútbol y noticieros hasta contenidos educativos como clases de matemáticas, ciencias o lenguaje¨, afirma Marcela Cubides.
En lengua de señas significa: Estar mal 
Los sordos han tenido que recorrer un largo camino para hacerse conocer. Para darse a entender. Como señala Marcela Cubides, “aún nos falta mucho, pero en este momento tenemos por lo menos 7.000 estudiantes sordos estudiando en los colegios del país. Las instituciones del Estado son cada vez más conscientes de la obligación de garantizar los derechos de esta población. Los servidores públicos están aprendiendo lengua de señas”. Un recorrido que apenas comienza y en el cual el esfuerzo no solo deben hacerlo los sordos, sino también nosotros los oyentes. Mucho tenemos que aprenderles nosotros los oyentes a estas personas a las que no les hace falta el sentido del oído para entender, aprender, bailar, ser felices y que además se sienten muy orgullosas de ser sordas.
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