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Historias

El nuevo emperador de la Fórmula 1

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El 2 de noviembre del 2008, Lewis Hamilton aprendió la lección más importante de su carrera. El año anterior, en su temporada de novato en la Fórmula 1, se había ganado cuatro carreras y había sido subcampeón, apenas un punto por debajo de Kimi Raikkonen; ningún principiante había hecho jamás una temporada tan destacada. Y ahora, cuando solo faltaba la última carrera del 2008, el piloto inglés llegaba a Brasil con una posibilidad grandiosa: solo necesitaba quedar quinto para garantizar su primer campeonato.
La tarea parecía fácil. Sin embargo, justo antes de empezar el Gran Premio de Brasil del 2008, una tormenta azotó el circuito y cuando se acercaba el final, varios equipos se arriesgaron a poner llantas lisas para aprovechar que el asfalto, por fin, estaba seco; pero de repente volvió a llover.
Los McLaren de Hamilton y Alonso en 2007.
Para Hamilton, la carrera había sido una pesadilla: Felipe Massa, su rival principal, había conseguido la Pole Position y no había dejado de dominar la carrera, mientras que él, afectado por la lluvia y por la presión, fue superado por Sebastian Vettel en la penúltima vuelta y cayó a la sexta posición. Basta buscar en Youtube las transmisiones de los canales de Inglaterra para sentir la frustración: “El campeonato se le está escapando a Lewis Hamilton”, decían los comentaristas. En el puesto de McLaren, los mecánicos miraban los televisores con una mirada desesperanzada y rabiosa, mientras que en Ferrari, todos de pie, todo era un cúmulo de abrazos y felicitaciones mutuas. Massa cruzó en primer lugar la línea de meta y prácticamente aseguró el campeonato. Y como todos estaban celebrando, pocos vieron cuando las pantallas mostraron la Subida da Juncao –esa curva larga que lleva a la recta principal–, donde el piloto Timo Glock, que iba en la cuarta posición, tuvo problemas para controlar las llantas lisas de su Toyota.
Hamilton recuperó el quinto puesto con un sobrepaso simple, técnico, por la parte de adentro de la curva y siguiendo al milímetro el paso de Vettel. En ese punto, el inglés solo tuvo que mantener su monoplaza estable y acelerar los metros que lo separaban de la línea de meta. Las grabaciones del radio de la escudería McLaren guardaron la voz quebrada de un Lewis Hamilton de 23 años, que intentaba contener las lágrimas mientras felicitaba a sus mecánicos, no solo por el trabajo de la carrera, sino por el de toda la temporada. “Esto es para ustedes. Y para mi familia”, se le alcanza a entender.
–Lo único que pensaba era: “¿Conseguí el campeonato?” –les dijo Hamilton a los medios después de la carrera–. Y cuando el equipo me dijo por radio que lo había conseguido, quedé extasiado.
Para entender ese espíritu indoblegable hay que dar un salto en el tiempo: Lewis Carl Hamilton nació el 7 de enero de 1985 en Stevenage –un pueblo que queda al norte de Londres–, en el seno de una familia de inmigrantes de la isla caribeña de Granada. Su padre, un técnico de sistemas, fue su mentor dentro del mundo de los motores. Su afición nació cuando, a los ocho años, él le regaló un carro de radiocontrol y, naturalmente, comenzó a correr en karts. A los ocho años empezó a competir en el Rye House Circuit, en su condado natal, y a los 10 años fue campeón británico. Según Martin Hines, un cazatalentos del automovilismo, durante la premiación, Hamilton tuvo la oportunidad de hablar con Ron Dennis, el jefe del equipo McLaren: “Yo quiero correr para usted algún día”, le dijo Hamilton mientras le pedía un autógrafo. La respuesta de Dennis fue tajante: “Dame una llamada en nueve años”. Sin embargo, el tiempo corrió rápido para el piloto: tres años después, fue Ron Dennis quien buscó a Hamilton para ponerlo en el programa de formación para jóvenes pilotos del equipo McLaren Mercedes.
Lewis Hamilton y su padre, Anthony, durante el GP de Brasil del 2008. Foto: (CC BY-SA 2.0) Diogo Dubiella.
Los años que siguieron fueron los de la escuela de formación por la que pasan cientos de pilotos, pero de la que se gradúan con honores solo unos cuantos. Ganó la Fórmula Renault en el 2002, la Fórmula 3 en el 2004 y el campeonato GP2 en el 2006, este último en su primer intento. Hamilton era imparable, un piloto que manejaba como una máquina precisa, agresiva, técnica y, sobre todo, muy rápida, pero que era capaz de estar al acecho para aprovechar cualquier error o espacio libre cuando tenía un carro delante de su posición.
En el 2007, ante la salida de los dos pilotos principales de McLaren –Kimi Raikkonen a Ferrari y Juan Pablo Montoya a la serie Nascar–, Hamilton llegó a la Fórmula 1. Su compañero fue el bicampeón español Fernando Alonso y desde entonces comenzó una fuerte rivalidad: en su temporada como novato, Hamilton quedó en el segundo lugar mientras que Alonso fue tercero. Y un año después, cuando fue campeón, hizo historia: fue el primer piloto de raza negra en recibir la corona de la Fórmula 1 y, además, el más joven en lograrlo (un título que, sin embargo, le arrebató Sebastian Vettel dos años después).
Finalmente, en el 2013, Hamilton firmó con Mercedes y construyó el imperio que ha dominado la Fórmula 1 desde que empezó la era de los monoplazas híbridos, que acompañan los motores atmosféricos con unidades eléctricas de potencia: al campeonato que consiguió con McLaren se sumaron los cinco que consiguió con Mercedes durante las siete temporadas –incluyendo la actual– que lleva en la escudería. Si este año vuelve a quedar campeón. que es el escenario más probable, superaría al mítico Juan Manuel Fangio en la lista de pilotos con más títulos de la Fórmula 1 y solo quedaría a uno de Michael Schumacher. “Fangio es un padrino para todos nosotros y es un poco alocado pensar que tengo la misma cantidad de campeonatos que él tiene”, dijo Hamilton el año pasado, cuando ganó su quinto campeonato. Sin embargo, cuando le preguntaron si ahora iba por los siete títulos de Schumacher, cortó a los periodistas en seco: “Jamás voy a poder pensar en mí mismo como el mejor”.
Hamilton en el Gran Premio de Japón del 2014. Foto: (CC BY-SA 2.0) Takayuki Suzuki
Por fuera de las pistas, Hamilton lleva una vida extravagante: es un millennial al que la reina Isabel tuvo que llamarle la atención por sus modales al no seguir el protocolo en una cena oficial, que tiene un gusto particular por la moda y por las motos italianas y que puede pasar los días previos a una carrera en un yate con modelos como Bella Hadid frente a la costa de Montecarlo. Sin embargo, sus declaraciones siempre están cargadas de humildad, algo que puede venir de su educación, que fue estrictamente católica. El primer tatuaje que se hizo, una cruz, ocupa toda su espalda, y en el brazo derecho tiene también dibujos de La Piedad de Miguel Ángel y del Sagrado Corazón. “Cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, pero siento que Dios tiene su mano sobre mí”, dijo en un podcast publicado antes del Gran Premio de Inglaterra el año pasado.
Leer sus entrevistas es encontrarse repetidamente con frases que hablan de compromiso, valor, sacrificio y coraje e incluso, una vez, en una conversación con Serena Williams que fue publicada en Interview Magazine dijo que él estaba dispuesto a soportar cualquier cantidad de dolor y de esfuerzo con tal de lograr un objetivo. Es una creencia de vida tan fuerte que en el 2017 cambió radicalmente su dieta para convertirse en un vegano estricto (hace poco, en un tuit, dijo que esa era la única manera real de aportar algo al medio ambiente) y declaró que había dejado la bebida. Esa idea, la de ser una persona íntegra y un piloto profesional, tanto por dentro como por fuera de la pista, es algo que Hamilton siempre tiene en mente.
Su figura, de hecho, ha servido como un ejemplo de disciplina para los jóvenes que ven la Fórmula 1. En el Gran Premio de Azerbaiyán del 2017, por ejemplo, hubo un enfrentamiento entre él y Sebastian Vettel después de un malentendido que terminó con una peligrosa maniobra en la que el piloto alemán fue sancionado por intentar sacar a Hamilton de la pista. Pero en vez de hacerle un reclamo o irse a los golpes en los boxes, Hamilton decidió abordar el problema durante la rueda de prensa: “En esta industria somos una plataforma”, dijo. “Somos modelos a seguir y se supone que debemos inspirar y mandar un mensaje”.
Pruebas de Lewis Hamilton en el Circuito de Cataluña para la temporada 2017. Foto: (CC BY-SA 3.0) Morio
El mensaje que envía Hamilton cada dos fines de semana no puede ser más claro: nunca hay que rendirse. Lo repite desde que ganó el campeonato del 2008 y cada cierto tiempo vuelve a demostrar que esa filosofía es la que lo mantiene en la pista. En el gran premio de Alemania del 2018, por ejemplo, después de haber marcado tiempos excelentes en los entrenamientos libres, su carro tuvo un problema hidráulico durante la clasificación. La imagen le dio la vuelta al mundo: el campeón se bajó de su monoplaza y comenzó a empujarlo hacia los pits para intentar volver a salir a la pista, hasta que se dio cuenta de que no había cómo conseguir el objetivo y se arrodilló a llorar a un lado. Para él era esencial ganar en Hockenheimring, que, además, es el circuito donde la escudería Mercedes juega de local; por eso, al día siguiente, logró avanzar desde el puesto 14 hasta el primero para ganar la carrera.
Por eso, para definirlo como piloto, habría que recurrir a varias comparaciones. Hamilton es una mezcla de las grandes leyendas de la Fórmula 1: la cabeza fría de Senna, capaz de tomar decisiones rápidas en momentos cruciales, que ha sabido imitar a la perfección (de hecho, Hamilton era fanático del brasileño desde que era un niño y los colores de su casco son los que usaba Senna); el arrojo y la ferocidad de Hunt, que era capaz de acelerar en plena curva con tal de acabar a otro rival, y la formación integral, técnica y rápida de Niki Lauda, que trabajó en Mercedes desde el 2012.
Hamilton estuvo todo el tiempo a la izquierda del féretro durante el funeral de Lauda. Y unas semanas después, en el Gran Premio de Mónaco de este año, le hizo un homenaje al aguantar el primer puesto, con las llantas totalmente desgastadas, en una clase magistral de conducción defensiva, los embates de Max Verstappen, que lo intentó todo para sobrepasarlo.
Foto: (CC BY 2.0) Jen_ross83
Hamilton ya tiene 34 años. Se podría decir, incluso, que ya es uno de los “viejos” de la Fórmula 1: él, Kimi Raikkonen, Sebastian Vettel y Robert Kubica son los únicos en la grilla que compitieron en los monoplazas con motores V8 atmosféricos puros, sin los limitadores electrónicos que se volvieron comunes en el 2009. Por eso es una referencia entre los novatos como Charles Leclerc, quien en su segundo año en la categoría ya ha tenido duelos directos con Hamilton. Este año, en Monza, Leclerc forzó al campeón por fuera de la pista para defender su posición: “Dos victorias y dos poles en dos carreras, ¿es correcto? Y tienes… 22 años, ¿verdad?”, le preguntó Hamilton a Leclerc justo después de la carrera, solo para hacer después un gesto de afirmación y decirle: “Felicitaciones, tienes mis respetos”.
Pero, al menos por ahora, Hamilton no piensa en dejar las pistas: tiene su futuro asegurado en Mercedes hasta el 2021. Tiempo suficiente para ganar tres títulos más –si triunfa en esta y en las próximas dos temporadas– y coronarse, con ocho campeonatos, como el nuevo emperador del automovilismo: un Juan Manuel Fangio del siglo XXI.
ALEJANDRO CÓRDOBA ORTIZ
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 152 - OCTUBRE 2019
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