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Historias

La nueva frontera de la salsa caleña

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Foto:

Desde hace 90 años, Cali está bailando. Solo que los boleros y el son que llegaron en la década de 1930 se transformaron luego en canciones de salsa brava y finalmente en éxitos de géneros disruptivos, como la salsa choke, que se escuchan en cada esquina de la ciudad. Sin embargo, la capital del Valle no es una ciudad salsera solo por rendirle culto a esta música: hay cientos de grupos y de orquestas que componen a diario éxitos que se vuelven virales en todo el mundo y que a partir de mucha experimentación están creando los sonidos propios de la salsa del siglo XXI.
 
Caía la tarde.
–¿Y esta reunión? –preguntó Moncho Santana.
–Tu canción… –le dijo Jairo Varela.
Moncho, el cantante insignia del Grupo Niche en los años ochenta, se sentó, miró a Jairo y no vio nada sobre la mesa. Entonces volvió y repitió.
–¿Y esta reunión qué?
–Ven, ven… Es tu canción. Mirá cómo lo hago…
Entonces Jairo, sentado en una silla, señaló su propia boca con su dedo derecho y comenzó a tararear la primera frase, en tono bajo, como si no quisiera despertar a nadie:
Cali pachanguero, Cali luz de un nuevo cielo.
–¡Pero, Jairo! Dame la canción escrita –apuró Moncho, mientras dibujaba en el aire con lápiz imaginario.
–¡No! ¡No! Mirá cómo lo hago. Aprendete cómo lo hago.
Y Moncho, perplejo, escuchaba.
De romántica luna, el lucero que es leno, de mirar en tu valle la mujer que yo quiero…
Y Moncho, desesperado, se fue a escribirla en un papel.
Así, en una tarde gris, Moncho recibió la interpretación que lo haría célebre a él, al Grupo Niche y a Cali, por el resto de la historia.
Arrebato Caleño, una de las más de un centenar de escuelas de salsa que existen en Cali.
La canción apareció en 1984 en la primera pista del lado B del disco No hay quinto malo. Muchos dicen que era relleno, pero lo cierto es que gracias a las 355 palabras de Cali pachanguero, Moncho terminó grabando 16 grandes éxitos con Niche y la capital del Valle consiguió un himno que la reivindica como la Capital Mundial de la Salsa.
Este título no es gratuito. Cuando un caleño se presenta y dice que es de Cali, lo miran de arriba abajo y aseguran que es un buen bailador. Y cuando los fanáticos llegan a Cali para apaciguar su vida bailando, deciden quedarse para siempre: Hilary Swank, por ejemplo, ganadora de dos premios Óscar a mejor actriz por sus papeles en Boys don’t cry y Million Dollar Baby, estuvo hace cuatro años en Punto Baré, un lugar emblemático para quienes se reúnen a oír vinilos legendarios; a ella la sedujo la salsa, al igual que a las 100.000 personas que a finales del año pasado pasaron por el Salsódromo –una de las rumbas más grandes del mundo– y a los asistentes a las más de 100 escuelas de salsa que hay en la ciudad.
Pero la salsa ha cambiado. Una de las canciones que más suenan actualmente en Cali se grabó con micrófonos de gama baja, sin insonorización y con una calidad técnica precaria. No hacía falta mucho más: para David Gallego, su compositor, se trataba de hacer una canción simple, sencilla, sin complejidades; no era un tema amoroso, sino el recuerdo de una experiencia musical, la poesía de un tambor que escuchó bajo la lluvia un día de verano.
La primera versión dice eso: que caía la tarde y llovía a chorros en el barrio Libertadores, justo en el centro de Cali, y que sonaba a esa hora y a lo lejos un tambor arrebatado, nada extraño en un barrio de músicos. “Pensé: ‘Quiero hablar del tambor, no del amor’”, recuerda. “Una cosa era decir que había salido al balcón y alguien estaba tocando un tambor mientras llovía; otra era decir: ‘Escucho al cielo sonando’”.
Moncho Santana, la voz original de "Cali pachanguero".
Ese detalle fue el origen de Sonando el tambor, una canción que iba a ser un relleno, pero que hoy se sigue escuchando en las discotecas porque hay un encanto en ese sonido añejo que deja la calidad de una grabación casera.
Escucho el cielo sonando
Parece que va a llover
Tronando lluvia a lo lejos
Un tambor duro y sin fe
A David Gallego –31 años, pianista, productor– le dicen Mamut. Es el creador y director de Clandeskina, una de las orquestas de la movida caleña que cuenta con una buena base de fanáticos entre jóvenes y universitarios. Además, hace poco se le sumó un cantante de lujo: Harold Aguirre, conocido como ‘El poeta del barrio’, que también tocó con Banda Golda.
“Gran parte del éxito de Sonando el tambor es que suena como si se hubiera grabado hace 40 años en un garaje”, asegura Mamut.
Interpretada por José Roberto Sánchez, la canción salió en abril del 2011 y desde ese día se quedó en la memoria de Cali: “Fue la voluntad de la radio, que la convirtió en éxito comercial”, añade Mamut, mientras recuerda que su otra canción 11-13, la que supuestamente sería el éxito, logró sonar un poco, pero sin la intensidad con la que hoy piden “la del tambor” en la pista de baile.
–¿Entonces hay algo de nostalgia por la salsa de los setenta? –le pregunto.
–Puede ser –responde–. Pero ninguna banda pretende hacer música de esa época para que se escuche hoy. Hay tal vez una sonoridad que es la que caracteriza el movimiento salsero de Cali, pero las letras y los arreglos son distintos. Gran parte de las bandas colombianas estamos en un proceso de indagación e investigación para hacer música nueva: se trata de conectar con el pasado, pero de hacer cosas para el futuro.
Mamut lo tiene claro: el público de Clandeskina tiene los oídos abiertos. Escucha baladas, rock y reguetón: “Eso nos permite abordar la salsa de otra manera, pero siempre conectada con la sabrosura de bailar”.
Orquesta Clandeskina. Foto: Renso Delgado
Froyber Maya es otro compositor que tiene una canción muy popular en la Cali de hoy. La grabó de afán y terminó de escribirla a las seis de la mañana. Nunca apareció la inspiración en la madrugada, pero dos horas después pasó lo impensable: unos músicos llegaron al estudio a ensayar. Él les dio una sorpresa: “Ustedes vienen es a grabar”, les dijo. Les repartió las letras escritas en hojas arrugadas, les explicó los arreglos y les repartió las partituras. “¿Y esto qué es?”, dijeron ellos. “Nada; a grabar. Es una nueva canción”, les dijo Maya.
Si tú dices que eres mejor que yo. Es válido...
Que tú solo tienes el sabor. Es válido…
La primera versión dice eso. Que era una época de quejas porque nadie los quería apoyar; que él se propuso seguir adelante, pero lo condenaron y lo juzgaron como si no supiera nada de la vida ni de la calle, cuando él, Froyber, era la calle. “’Si tú dices que eres mejor que yo, es válido’’. Esa frase era para decirle a la gente: no importa lo que tú digas, no puedo controlar eso, pero es válido que lo digas”, dice Froyber. Solo un año después de haberla grabado empezó a sonar.
Hoy, Es válido tiene seis años y sigue sonando fuerte en las calles de Cali. La ayudó, claro, el coro pegajoso y un video que hay en YouTube donde sale primero un tornamesa grafiteado y luego una frase que se repite en la canción y que todos se memorizaron: “La foto, el video, la chicanería”. “Curiosamente tenía una canción con todos los estándares de calidad que se llamaba Colócalo”, dice Froyber, “pero esa no pegó tanto como la otra”.
Froyber Maya –33 años, arreglista, hijo de melómanos– está de acuerdo. Él es el alma de la Orquesta Calibre, una banda que tiene éxitos como El divorcio, Es válido, Colócalo y Charrupí y que puede darse el lujo de dar unos 40 conciertos al año. El compositor, que se nutre del populoso barrio La Primavera, en el oriente de Cali, dice que la clave es sacar canciones sincronizadas con el gusto de la gente y, sobre todo, pensar siempre en que se puedan bailar. “La obligación que tiene uno como creador es la de componer música necesaria”, dice Froyber. “El esfuerzo es investigar y llegar a ese gusto. La salsa es netamente popular, es un fenómeno barrial y bailable. La salsa sin el baile es como quitarle la papa, el plátano y el pollo al sancocho”.
También hay jóvenes que, sin dejar de experimentar, están más conectados con la tradición: Joseph Arango –24 años, arreglista y trompetista– nació por accidente en el Táchira, Venezuela, pero dos días después ya estaba en Cali. Ahora es el dueño de Marea Brava Orquesta, que acaba de sacar su primer trabajo discográfico, Pa’ ti y pa’ mí, con nueve cortes, siete de ellos de salsa y dos boleros. Sí, boleros, porque le gusta indagar: se inspira en Bobby Valentín y Larry Harlow, dos grandes de la movida setentera de la salsa y llegó a grabar en ese primer disco Camina primero, una canción que canta el venezolano Édgar ‘Dolor’ Quijada, una voz clásica del género. “Sin duda, estamos buscando un color, un sonido, un estilo musical. Contamos nuestra experiencia, nuestras anécdotas y se las imprimimos a la música”, dice Arango, quien tiene en la banda un bajista roquero al que hace poco empezó a gustarle la salsa.
Esta es la salsa caleña de hoy. Un género que además ha tenido variaciones radicales, como la salsa choke, un estilo musical de corte urbano que surgió en el Pacífico y que el oriente de Cali vio extenderse por todas las esquinas.
La historia de Cali podría contarse por medio de la música y del baile. Todo comenzó en los años treinta y hoy, casi 90 años después, parece que todo sigue intacto. En la ciudad la relación con la música es tan cercana e íntima que empapó la vida cotidiana de la gente. Lo mismo ocurrió con los bailes, que llegaron a través de la televisión y las películas hechas en México para convertirse en símbolos de los barrios. Fue algo tan potente que desde las clases altas hasta las menos pudientes terminaron identificándose con los mismos referentes. Por eso se puede decir, sin exagerar, que el baile y la música es lo que nunca falta en la ciudad.
Carlos Molina Salas –68 años, fotógrafo de la salsa y nacido en el barrio Obrero– tiene más de 3.000 negativos de la movida salsera de los años setenta. Parece escurridizo y habla con los ojos. Recuerda que de niño, en las calles de su barrio primaba esa tropicalización de la música como la guaracha, el son, la rumba, el danzón y el bolero. Allí aparecieron la Sonora Matancera y el Trío Matamoros, para rematar con bandas como Los Melódicos, la Billo’s Caracas Boys y Orlando y su Combo. “Pero todo cambió cuando llegaron en diciembre de 1968 Richie Ray y Bobby Cruz; entonces se dividió en dos la historia de la rumba en Cali”, dice. “Ellos nos enloquecieron, nos pusieron a escuchar salsa y nosotros la adoptamos”.
Molina tiene hoy un bar llamado Museo de la Salsa, que queda en el barrio Obrero y está decorado con más de mil fotografías que él tomó durante los años en que los genios de la salsa aterrizaron en Cali por primera vez y cantaron Jala jala, Bomba Camará y Pancho Cristal. Esas fueron las canciones que retumbaron el 26 de diciembre de 1968 en la Caseta Panamericana. “Me acuerdo de que ese día entraron unas 10.000 personas y la entrada valía 10 pesos”, agrega Molina. “Curiosamente, nadie bailaba, sino que veíamos la descarga de ese piano, de cómo interpretaban las canciones y todos quedábamos anonadados. No es que no supiéramos bailar, sino que lo que ellos hacían nos dejaba perplejos”.
Carlos Molina, fotógrafo de la salsa, y el melómano Armando Salas.
Óscar Jaime Cardozo –58 años, investigador musical de Tuluá– sostiene, por otro lado, que la tropicalización de la música a través del ambiente fiestero y decembrino del Caribe se convirtió en el producto salsero que llegó a Colombia en los barcos de la Flota Mercante Gran Colombiana. “Eso fue lo que bailamos y eso fue lo que nos acostumbramos a consumir y a producir”.
Creador del programa radial Planeta Salsa y melómano del bolero y de la música colombiana, Cardozo anota también que la salsa caleña comenzó a producirse sobre todo cuando esos ritmos se mezclaron con el folclor del Pacífico. “Eso fue precisamente lo que hicieron Jairo Varela y Alexis Lozano, es decir, Niche y Guayacán. El resultado fue uno solo y se impuso en el mundo. Por eso hoy tenemos nuestra propia salsa y una proyección internacional que hace que nuestras orquestas sean invitadas de honor en los principales festivales salseros del mundo”.
Muchos todavía sostienen, con algo de razón, que la movida salsera caleña sigue siendo la misma de hace cinco décadas, cuando llegaron Richie Ray & Bobby Cruz. Esos artistas que, como dice Cardozo, “nos acostumbraron a consumir música”, siguen yendo a Cali. Hay varios ejemplos: Bobby Valentín y Roberto Roena organizan conciertos en la ciudad unas seis o siete veces al año y son nombres infaltables en la Feria de Cali; en contraste, ni siquiera hacen presentaciones en Puerto Rico, de donde son naturales. Otros pasan temporadas en la ciudad, como los hermanos Lebrón, José Bello y Pedrito Viloria.
Ellos emulan a Héctor Lavoe, que en 1982 estuvo dos meses cantando en una banda de la ciudad que dirigía Alfredo de la Fe. Y todavía está en la memoria la presentación de Lavoe en la Feria de Cali de 1977. Lo hizo en el Coliseo Evangelista Mora por tres horas continuas, luego de cuatro horas de retraso, ante 10.000 personas. El ‘Cantante de los cantantes’ ya era una referencia latina porque la gente tenía pegadas canciones como Periódico de ayer, Todopoderoso, La murga y Mi gente. Llegó con la orquesta de Willie Colón y casi se cae del escenario porque a pesar de su retraso todo el mundo quería saludarlo.
Esa noche fue su destello y jamás dejó de ir a Cali, hasta su muerte.
Fue por esa época que Cali se convirtió en toda una referencia para el universo de la salsa. En la ciudad había personajes como Larry Landa –César Tulio Araque era su nombre original–, un promotor de artistas que se vestía como John Travolta y lograba llevar a todos los grandes de la salsa a la capital del Valle. Si Nueva York tenía a Jerry Masucci, Cali tenía a Larry Landa. Y no era para menos: gracias a él, Lavoe fue que trasladó un tiempo su residencia a la ciudad.
Óscar Jaime Cardozo, la voz de "Planeta Salsa".
Las grandes historias también sucedieron en el baile. El cantante Bobby Cruz quedó tan impresionado con el baile de Amparo Ramos, una bailarina popular en Cali, que compuso la canción Amparo Arrebato. Ella tenía 23 años por esa época y había rechazado una invitación de Dámaso Pérez Prado para bailar en su conjunto, pero quedó inmortalizada en la canción que Cruz publicó en el disco Agúzate, en 1969. También hay íconos modernos, como Camilo Zamora, un bailarín que ha abierto los últimos once Salsódromos y que se convirtió en un invitado habitual del Sambódromo del Carnaval de Río de Janeiro: es imposible que pase desapercibido, pues mide 1,96 metros de estatura, pesa 100 kg, calza zapatos talla 44 y siempre tiene una sonrisa perfecta.
“Cuba tiene el origen del son y África el del tambor, como la guitarra y el piano vienen de Europa. Son caminos, escalas, que tuvieron una vigencia o no. San Juan, Panamá, Caracas, Nueva York y Miami han albergado la multiculturalidad, son ciudades que han sido cunas del género. Pero en Cali, la salsa encontró un nido y no se ha movido de allí”, explica uno de los grandes músicos del género, que cantó salsa en francés y se convirtió en un referente latino en París. Yuri Buenaventura –51 años, creció escuchando la Fania– ha recorrido el mundo haciendo salsa, desde África, Europa y Medio Oriente hasta la Polinesia y América, pero dice que solo Cali ofrece la actualidad de la salsa mundial. Hubo muchos géneros del Caribe que llegaron a la ciudad antes de que llegara la salsa, explica el músico, pero “Cali tiene esa herencia en su ADN, y ese ADN ha generado unos colores culturales, una calidad en la gente alrededor de la música y un sentido del compartir que no es para nada un pensamiento insular, como pueden tener otros lugares donde se baila la salsa”.
En Cali no solo se consume, sino que también se produce. Esa puerta la abrieron, a finales de los setenta, el Grupo Niche, Guayacán Orquesta, La Misma Gente, Fórmula 8, Octava Dimensión y Bemtú. Cardozo sostiene que mientras Medellín piensa en la salsa con los bolsillos, Cali “lo hace con el romanticismo, por eso la sacamos adelante y la queremos”.
A comienzos del siglo XXI, sin embargo, ocurrió un cambio: la tecnología y los nuevos medios movilizaron a jóvenes músicos a crear orquestas y proyectos musicales diferentes. En la tecnología, por ejemplo, YouTube abrió un camino sin precedentes para mostrarle al mundo las propuestas más locales. Y mientras tanto, el contexto caleño de siempre –la música, el baile, la historia y las bandas– permitió que la invasión comenzara de nuevo.
O que fuera retomada, pero de una manera mucho más poderosa.
La mayoría de las veces se deja ver con unos audífonos gigantescos en sus oídos. Luis Felipe Valero ‘el Chino’ –40 años, DJ, investigador musical– tiene una teoría que cabe en esa idea: para él, la nueva batida caleña reapareció a comienzos del siglo, cuando bandas bogotanas como La 33 y Conmoción Orquesta comenzaron a grabar y a producir canciones que calaron en el salsero tradicional. Entonces, Cali recordó la maquinaria que había sido y produjo una andanada de orquestas que hoy son referentes. Muchos integrantes de las agrupaciones bogotanas venían del rock y lo que se produjo fue una reacción natural, algo así como: “Si ellos pudieron, nosotros también”. Y sí que pudieron, porque se vino una bocanada fabulosa de orquestas que no hay en ninguna parte del mundo.
Richard Yory –51 años, investigador musical y amigo personal del legendario trompetista ‘Chocolate’ Armenteros– es una referencia nacional de la salsa por lo que dice y tiene en su colección. Él recuerda que en los años noventa apareció un boom similar de orquestas de salsa en Cali, pero esa vez la movida se apagó pronto. “Ahora es diferente”, asegura. Hoy los músicos tienen más oportunidad de grabar y de producir. Además, la tecnología ha hecho que se pueda distribuir mejor la música que ellos hacen y desarrollan: “Ni hace veinte ni treinta años había eso”. Por eso a Cali la siguieron mirando para saber en qué anda el universo musical salsero.
Yory se alegra musicalmente de que estas bandas no estén haciendo covers, como sí es tendencia en agrupaciones de Nueva York y Puerto Rico. En Cali, dice él, hay producciones propias y composiciones originales: “Hay una inquietud musical inusual porque están buscando un sonido propio, con números inéditos”, agrega este investigador que ya cumple 13 años como asesor musical de Delirio, el gran show espectáculo mundialmente conocido por sus bailarines y su experiencia sonora en la salsa.
El DJ más reconocido de la salsa en Latinoamérica ha tenido mucho que ver con la repercusión de esa nueva salsa caleña. Marlon Stiven Bonilla, DJ Marlong –consumado melómano, 63.000 seguidores en Instagram– advierte, sin mucho maquillaje, que la capital de la salsa no es Cali, sino el Distrito de Aguablanca, un sector vulnerable que recorre la orilla occidental del río Cauca y que acoge cuatro comunas, 58 barrios y 800.000 personas. “La razón es simple”, explica. “Allá –en Aguablanca– cada ocho días hay una tendencia musical diferente: puede ser salsa choke, urbana, salsa o timba, entre muchas otras. Por eso nunca dejo de ir para estar al tanto de qué tendencia se está moviendo. Esa música es la que subo a mi canal para que se vuelva viral, porque si eso no fuera así, ahí se muere”.
Uno de los ritmos más particulares que lograron romper las fronteras se originó en el 2004 –otra vez los inicios del siglo– a partir de una mezcla de salsa, reguetón y hip hop que repercutió en los ritmos afrolatinos. El pionero de la salsa choke es CJ Castro, un productor exquisito que terminó imponiendo un estilo musical bailable con la canción Chichoki en los barrios populares de Cali y en todas las discotecas del mundo.
Hoy, decenas de muchachos aplican la fórmula. Así suena:
Bien saboriosky
estamos perriando los dos mamasosky
no te me preocupes que esto es toky toky
como tú quieras te meto el chichoky
Óyelo bien...
Cardozo, la voz de Planeta Salsa, lo dice sin anestesia: “La salsa choke es una evolución de la salsa. Es la salsa de la juventud del barrio, es la forma rebelde de hacer salsa”. El investigador compara la salsa choke con el boogaloo
–mezcla de ritmos afrocubanos y soul– que saltó a la escena musical a mediados de los sesenta y que fue tan controvertido como exitoso.
DJ Marlong. Foto: Fundación Delirio.
“Al comienzo se criticaba el boogaloo porque era facilista, con solo tres acordes y letras confusas, pero luego aparecieron músicos como Anddy Caicedo y Willie García, que le imprimieron otro sello”, comenta.
Los grupos de salsa choke están viajando y triunfando por todo el mundo. Tal vez el más famoso es Cali Flow Latino, nominado a un Grammy Latino y conocido por su canción Ras tas tas, un éxito todavía célebre por haber sido la banda sonora de la Selección Colombia de Fútbol en el Mundial Brasil 2014.
Nominado al Grammy Anglo, a los premios Billboard y trompetista de Eddie Palmieri, José Aguirre –48 años, arreglista y director musical del Grupo Niche– sostiene que estas propuestas de orquestas nuevas hacen que Cali siga teniendo el primer lugar en la salsa en el mundo. “Aplaudo la iniciativa. Estas orquestas están pariendo sus propuestas e imponiendo tendencias y nuevos sonidos a pesar de que hay un mercado, pero todo esto se rompe es trabajando”, agrega, y anota que el trabajo dejado por compositores como Jairo Varela o Alexis Lozano, que vinieron del Pacífico, zona bendecida por la música, fue invaluable para esta generación.
Se podría decir que hoy hay una veintena de bandas caleñas –con éxitos musicales, nuevos ritmos, una veintena de giras y muchos “Me gusta” en YouTube– que lograron pegar en otros países. El Chino –cuya web Solar Latin Club sirve de referencia para miles de melómanos que buscan rarezas musicales en la salsa– dice que “de golpe” tiene muchos grupos favoritos.
Uno es Orquesta Bembere, dirigida por el bongosero Gustavo Cardona, cuya canción Balanta, en la voz del gran Carlos Guerrero –ex Grupo Niche y Galé– la hace inconmensurable. El piano suena bien y luego se oye un timbal bajo el mando de Indira Balanta. La letra es el relato de un hombre al que le gusta la fiesta, James Balanta, y dice algo así:
Esta es la historia de un negro muy particular
al que le encanta bailar salsa, bolero y cha cha chá
donde quiera que sea la rumba el debe llevar
su campana y su corrinche para vacilar
que no le digan que la fiesta va a empezar
porque el negro tremenda rumba seguro formará
Otra es Bataklan Orquesta, dirigida por el compositor y sonero Jairo Gañán, con El señor de la melodía, una interpretación de interesantes arreglos, y La Irreverente Orquesta, dirigida por el bongosero Cristian Gil Piñeros cuya canción Llegó Carabalí pegó entre los bailadores porque era salsa pura y dura.
DJ El Chino. Foto: Solar Latin Club.
Además hay rarezas, como la canción Vamos a hablar, de Manteca Blue & The Latin Corner, una banda de latin jazz fusión que se mete en la salsa; o la buena orquestación que hace Cuba Libre Son Band, dirigida por el guitarrista y vocalista Juan Sebastián Vélez, con el tema Que las hay, las hay, que habla de María, una embruja-hombres. El Chino cierra su capítulo de recomendaciones con Kimbara Orquesta, dirigida por el trompetista Cristian ‘Tato’ Muñoz, en especial por su canción Tanto amor y por acompañar a cantantes como Pedrito o Yanisel cuando están tocando en la ciudad. Sin olvidar a la Orquesta Calibre, con su guaguancó Charrupi que hizo junto a Tromboranga, una banda de Barcelona:
Charrupi es un negro que le gusta mirar el guaguancó
Le gusta tocar los cueros con inspiración
Charrupi goza la rumba, Charrupi toca el tambor
Le gusta tocar los cueros con inspiración
Con swing sabrosón
Cali, hoy, es un aparato que convirtió la salsa en un producto. Dejó de ser un género o un ritmo para convertirse en un movimiento social sin precedentes que se organiza en encuentros de melómanos, eventos multitudinarios, mucha rumba y cientos de escuelas de salsa. Hay, por ejemplo, una veintena de asociaciones musicales que no dejan morir la salsa. Son decenas de personas que se reúnen en más de cincuenta lugares, entre bares, salsotecas, clubes y bailaderos, solo a escuchar salsa. Adscritas a la Unión Nacional de Melómanos (Unimel), estas asociaciones que programan audiciones en días improbables, como un martes o un domingo, podrían sumar unas 600 personas que mantienen activa la salsa durante toda la semana. Luis Carlos Delgado, de la Asociación Amigos del Son, lo explica: “Estas asociaciones lo que hacen es difundir la cultura musical salsera para no dejar que desaparezca”.
Entre las audiciones programadas están la audición del Colectivo Cultural Univalle en Salsa, que realizan en las canchas de baloncesto de la conocida universidad pública. Y otra es Plaza Salsa, en el corazón del Distrito de Aguablanca. Estos eventos son respetados en la escena, como lo demuestra el Encuentro de Melómanos y Coleccionistas, que dirige Gary Domínguez y que logró convertirse en otro gran evento musical de Cali. Cada año se hace en plena Feria: durante cinco días, con más de veinte eventos diarios y doce horas continuas de música y exposiciones, transitan por allí unas 15.000 personas, entre melómanos, turistas y músicos. El año pasado se subieron al escenario Ray Pérez, Frankie Figueroa, Félix Baloy e Ismael Miranda. Algunos de ellos creían que estaban en la Cali de los setenta por la aglomeración que recordaba la mítica Caseta Panamericana. Les parecía anormal tanta efervescencia en estos tiempos. Baloy duró más de una hora cantando y no quería bajarse de la tarima.
Por otro lado, Salsa al Parque –que ya va por su edición 87– es otro ejemplo de difusión salsera caleña. Es un programa gratuito que acoge mensualmente unas 700 personas a ritmo de salsa el primer sábado de cada mes. Este evento ha tenido repercusiones hasta en Miami, donde existe una versión propia.
Y si de bailar se trata, hay que ir a la Nelly Teka, una viejoteca en el barrio Obrero donde se baila y se goza a punta de aguardiente y cerveza, y donde solo caben 50 personas. También está El Rincón de Heberth, un bailadero donde solo se pone salsa y que la gente desborda sin importar que toque bailar en la calle, y los lunes se convirtió en un plan obligado ir al Chorrito Antillano, donde se citan los más exigentes salseros de Cali a desafiarse bailando. Todos estos sitios llevan décadas y en ellos se ha escrito la historia salsera de Cali, al igual que en La Casa Latina, donde los asistentes quedan perplejos por el conocimiento para la música de Gary Domínguez; La Topa Tolondra, a donde suele ir Yuri Buenaventura para ver la gigante pintura de los 12 apóstoles salseros que lidera Ismael Rivera; Punto Baré, donde toca el piano Jaime Henao, tal vez el más influyente de la producción musical caleña, y Zaperoco, un bar que transporta al asistente a las casas de música de la vieja Habana. En Juanchito –el sector lleno de discotecas como Changó y Agapito, que quedó grabado en los versos de Oiga, mire, vea de la Orquesta Guayacán y de Del puente para allá, de Niche– ya no hay nada. Ahora todo sucede en el centro de Cali.
El movimiento alrededor de la salsa es tan grande que incluso el gobierno local ha comenzado a ver el tema con lupa –algo tarde, por supuesto– para interpretar el sentir del melómano caleño. En la última Feria de Cali, en el principal evento, el Salsódromo, las bandas nuevas terminaron alternando y dándose a conocer entre el público de élite, que paga boletas para estar en las graderías, y el popular, que se goza la rumba en la calle. Además, el mes pasado la alcaldía comenzó a promover una actividad muy caleña: aprender a bailar salsa con clases gratis –incluido el pasito cañandonga– en la plazoleta Jairo Varela, donde también queda el museo en honor al creador del Grupo Niche.
En esa misma línea, Adriana Olarte, de la Secretaría de Cultura de Cali, se encarga cada año de realizar el Mundial de Salsa, donde se muestran los grandes bailarines caleños cuyo baile es único y original, nada que ver con el de los boricuas y los cubanos. Ella, de manera oficial, referencia hoy 87 orquestas constituidas y 127 escuelas de salsa que no paran de crecer en infraestructura. Nohora Alejandra, directora de la Escuela Arrebato Caleño, registró unos 2.500 estudiantes de salsa en los últimos cuatro años, es decir que casi dos estudiantes diarios llegaron a su escuela a aprender a bailar salsa: “Hemos acaparado el mundo: han venido estudiantes de todos los países de Europa, así como de Corea, China, Estados Unidos y de toda Suramérica”, sostiene. “Y seguro que vendrán más por ese oleaje que todo el tiempo hay en la ciudad”.
Y también se escribe. Desde el mítico ¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo, han aparecido textos como La salsa en Cali, del investigador Alejandro Ulloa sobre los inicios del movimiento en la ciudad; Jairo Varela: que todo el mundo te cante, de Umberto Valverde, sobre el éxito del Grupo Niche y su director; La verdadera historia de la salsa, del periodista Medardo Arias, una versión personal de la salsa en Cali; Las audiciones de salsa en Cali, de Roberto Carlos Luján, sobre sus caracterizaciones sociológicas; Arsenio Rodríguez: del son a la salsa, del investigador Pablo Del Valle; Nuestro Son, una crónica musical de los melómanos caleños, escrito por el mismo autor de este artículo, y Diccionario salsero, del colectivo Salsa sin Miseria, una recopilación de términos para conocer más del tema. También están las revistas, como Melómanos Documentos, dirigida por el escritor Orlando Montenegro.
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Richard Yory sentencia que la movida caleña seguirá creciendo. “En Nueva York, los únicos que tienen trabajo –y esporádico– son Eddie Palmieri y la Orquesta Broadway. Sin la presencia de los promotores Jerry Masucci o Ralph Mercado, que murieron, la ciudad perdió los salones y los lugares de espectáculos que eran de renombre –el Palladium, por ejemplo– donde se presentaban las orquestas. ¡Ya no hay nada de eso! En Puerto Rico, por ejemplo, la única que sigue teniendo mercado es la Sonora Ponceña, pero Cali sigue siendo el escenario para todas estas orquestas, incluso, las nuevas”, explica. “Cali les está dando de comer a todos y lo hace a través de todo el año: Para darse cuenta solo hay que salir a la calle y mirar los carteles que solo anuncian conciertos de salsa”.
Y sí, aunque suena extraño que ya no suene salsa en esos barrios latinos neoyorquinos, donde nació todo esto, hay que celebrar que sí suena en Cali, donde hay mucho para oír.
ALEJANDRO AGUIRRE
FOTOGRAFÍA: CAMILO GRALD
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 145 - MARZO 2019
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