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Historias

La travesía de la primera Biblioteca para la Paz

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Foto:

Crónica del viaje de la primera de las veinte Bibliotecas Públicas Móviles que el Ministerio de Cultura, la Biblioteca Nacional de Colombia, la Oficina del Alto Comisionado para la Paz y la ONG francesa Bibliotecas Sin Fronteras están llevando a las Zonas Veredales y Puntos Transitorios de Normalización. En cada uno de estos diversos lugares de la geografía colombiana, un equipo élite de Bibliotecarios de la Paz desarrollarán actividades y servicios que beneficiarán a la comunidad y a los excombatientes de las FARC.
Contar el transporte de cuatro módulos, o de cuatro “archivadores” como alguna vez los escuché llamar, no tendría por qué ser algo emocionante. Un camión rojo los recogió, cuidadosamente empacados y dispuestos en dos estibas de madera, en el municipio de Mosquera, Cundinamarca, y los dejó, después de 20 horas de viaje, en la vereda La Carmelita del municipio de Puerto Asís, Putumayo. Allí los desempacaron y dos días después eran presentados por el Presidente de la República, Juan Manuel Santos, a todo el país. Podríamos pensar, incluso, que hasta aquí la historia ya está contada… pero, ¿qué traían esos módulos tan particulares como para que el mismísimo Presidente se los mostrara al país?, ¿por qué vale la pena contar la historia de la travesía de esas cuatro cajas de diferentes colores…?
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Tres bendiciones a sí mismo y tres bendiciones al volante de su camión rojo. Así comienza Óscar sus recorridos y esta no es la excepción.
El sol ya había fenecido y las calles de Bogotá padecían el caos tradicional de un viernes en la noche. Las luces rojas y azules de una camioneta de la Policía Nacional acompañaban el lento recorrido para salir de la capital. El camión rojo, que cargaba en su remolque casi 800 kilos de peso, se mimetizaba entre la fauna automovilística aunque, precisamente por su equipaje, no era un vehículo más en medio de la noche…
Sobre dos estibas viajaban cuatro cajas traídas desde Francia, cubiertas por varias capas de cartón y de plástico de embalar negro, amarradas a los tablones de madera del remolque y protegidas por viejas cobijas. El nombre original de estos módulos es Ideas Box (cajas de ideas).
Cajas similares a estas –que ahora mismo viajan desapercibidas por Fusagasugá– se han desplegado en Europa, África y en el Medio Oriente gracias al trabajo de la ONG francesa Bibliotecas Sin Fronteras. Su misión allí ha sido la de llevar cultura y conocimiento a personas que viven en contextos de crisis humanitaria o de conflictos armados. En Colombia, por iniciativa del Ministerio de Cultura, la Biblioteca Nacional y la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, su reto es el de generar un espacio de encuentro, de diálogo, que aporte a la generación de confianza entre las comunidades; que contribuya a la reconciliación y a la reconstrucción de un país que siempre ha estado dividido, por diferentes circunstancias…
Atrás quedaron las luces rojas y azules, el tráfico lento y el caos citadino. La oscuridad de la noche arropa, cada vez más, el recorrido por esta carretera que ya luce solitaria. El esmog es remplazado por un olor a gallinaza; el frío bogotano se convierte en un calor espeso que parece expelido por la Nariz del Diablo que acabamos de atravesar. Kilómetro a kilómetro el camión rojo deja de lado humildes caseríos y portentosas haciendas que conviven a cada costado de la vía.
Resulta necesario detenerse y tomar un café para soportar la noche.
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En Colombia, las cajas de colores llevan el nombre de Bibliotecas Públicas Móviles. Estarán en 20 de las 26 veredas que acogen a los guerrilleros de las FARC en su tránsito a la vida civil. En estos lugares, cada una de estas Bibliotecas Móviles prestará sus servicios a la comunidad y llevará actividades de extensión bibliotecaria hasta los campamentos de los excombatientes. La cultura será una de las primeras caras visibles en este proceso de paz.
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“Tu amor es un periódico de ayer
Fue el titular que alcanzó página entera
por eso ya te conocen donde quiera
tu nombre ha sido un recorte que guardé
y en el álbum del olvido lo pegué”.
28 sobre 30 es el volumen que se registra en aquel pasacintas descuidado que está pegado al marco con algún grumo blanco. Es la una y treinta de la madrugada y las trompetas de “Periódico de ayer” de Héctor Lavoe resuenan fuertemente para espantar el sueño.
“Oye noticia que todos saben
ya yo no quiero leer.
Tu no serviste pa'nada mami
y al zafacón yo te eché.
Echa, camina, apártate de mi vera
apártate de mi lado”.
¿Cuántas portadas de periódicos ha ocupado la violencia en Colombia? ¿De qué ha servido? ¿Podremos dejar de lado esta página cómo país?
La música no es suficiente. Es necesario otro tinto, ya a la altura de Hobo, Huila, para continuar.
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“Teniendo presente que el Artículo 22 de la Constitución Política de la República de Colombia impone la paz como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento…”
El Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera es uno de los más de 400 libros que hacen parte de la colección de la Biblioteca Pública Móvil, la cual abarca desde textos clásicos hasta manuales sobre cultivos; desde narraciones dolorosas que nos hablan de las injusticias del mundo como El Hambre de Martín Caparrós, hasta materiales bibliográficos para público infantil y juvenil como Los niños no quieren la guerra de Eric Battut; desde manuales de ebanistería y de peluquería hasta la Brevísima historia del tiempo de Stephen Hawking. La diversidad, la misma que nos identifica como país, es la esencia de estos libros escogidos cuidadosamente por un grupo de expertos que también basaron su selección en algunas de las necesidades expresadas previamente por las comunidades, en talleres realizados con la Oficina del Alto Comisionado para la Paz.
Además de libros físicos, estas bibliotecas están compuestas por cuatro módulos que contienen libros digitales, películas, computadores, tabletas y hasta juegos de mesa y un televisor para la difusión de contenidos informativos y educativos. En general, herramientas que posibilitan el acceso al conocimiento y la cultura, el disfrute del tiempo libre y que, especialmente, representan una nueva oportunidad para estas poblaciones apartadas que han sido, históricamente, olvidadas por el Estado. Una oportunidad para que la cultura teja los lazos que la violencia ha roto.
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Las primeras luces de la madrugada son los ojos despiertos de decenas de hombres y mujeres campesinos que esperan pacientes en la carretera el transporte que los acercará al pueblo, en este caso a Pitalito, Huila. Los primeros rayos de sol de la mañana aún no aparecen, pero la vida en el campo inicia mucho más temprano de lo que estamos acostumbrados en las ciudades.
Nos detenemos en una gasolinera para recargar el carro, descargar las vejigas y estirar un poco las piernas. El cansancio es inocultable, pero el deseo de llegar hasta el destino es mayor que el agotamiento. El cielo, antes oscuro, poco a poco se pinta con una paleta de colores que inicia con un naranja suave, el cual se convierte brevemente en un rosado que, a su vez, se diluye en un azul muy claro que se va oscureciendo a medida que se alza la vista.
El amanecer está cerca… ¿Cesó la horrible noche?
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En la Zona Veredal Transitoria de Normalización de La Carmelita, en Puerto Asís, Putumayo, están asentados cerca de 450 guerrilleros. Los acompañan decenas de mascotas, desde los tradicionales perros y gatos hasta paujiles y nutrias. Son de todos, dicen, no tienen un único dueño porque todos los disfrutan y todos los cuidan.
De estos primeros días asentados en campamentos por fuera de la selva, una de las cosas que más les molesta a los excombatientes de las FARC es la luz directa del sol durante el día. Sus ojos no están acostumbrados, explican. Este cambio en su cotidianidad, en apariencia minúsculo, es el reflejo del largo camino que les queda por recorrer en su tránsito a la vida civil.
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A medida que nos adentramos en el departamento del Putumayo el paisaje se va transformando, siendo cada vez más selvático. También, el camino se va haciendo más agreste, al punto de encontrar en el trayecto una mula que se había despeñado y una nueva cruz en la carretera que, según Oscar y su suegro y ayudante, Pedro, no habían visto antes. Ellos viajan con alguna frecuencia a esta zona de la cual son originarios y de la que, me confiesan, se fueron desplazados por la guerrilla hace ya varios años.
Familias campesinas con marcados rasgos indígenas se ubican en la carretera con picos y palas para echar alguna tierra en los huecos y así, procurar algunas reparaciones básicas en unas vías que están en mal estado. Niños y abuelos, especialmente, son quienes se dedican a estas labores con la esperanza de que alguna moneda salga de los vehículos que transitan por estos caminos.
Aunque son consideradas como ciudades, Mocoa (capital de Putumayo) y Villagarzón se parecen más a grandes pueblos, dado que no tienen una presencia significativa de importantes empresas y hay una ausencia más o menos perceptible del Estado colombiano. Atrás quedaron los peajes frecuentes entre Cundinamarca y Huila. Las vías del Putumayo, eso sí, están custodiadas por constantes retenes militares y de la Policía Nacional que más que generar sosiego, provocan una especie de sensación de vulnerabilidad, de inestabilidad, de un conflicto armado que aún no está superado, aunque en las grandes ciudades a veces creamos lo contrario.
No hace falta ser muy observador para detectar que estamos en otra Colombia, desconocida y muy poco comprendida desde las grandes capitales. La Colombia muchas veces olvidada desde la centralidad.
Nos detenemos a la salida de Villagarzón, en una casa que hace las veces de restaurante de carretera, para comer una carne antes de seguir con el viaje.
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Gloria Estela Nupán, quien fuera la ganadora del Premio Nacional de Bibliotecas Públicas Daniel Samper Ortega en el año 2014, es la Bibliotecaria de la Paz que estará en Puerto Asís ofreciendo sus conocimientos a esta población. Junto a ella, Henry García Gaviria, Coordinador del proyecto Bibliotecas Públicas Móviles y Diego Merizalde, Coordinador del Proyecto Uso y apropiación de TIC en bibliotecas públicas, están reunidos con la comunidad de La Carmelita en la caseta comunal que será usada como sede de la biblioteca.
Dubitativos en un principio, los habitantes de la zona expresan que les están ocupando un espacio que ellos utilizan para sus encuentros y actividades. Luego de una exposición sobre los servicios y las ventajas que ofrece la Biblioteca Pública Móvil, la comunidad –antes reacia– se muestra participativa e interesada en beneficiarse y acompañar este proceso. Han sido pocas las intervenciones del Estado colombiano en esta zona y la confianza apenas se está construyendo…
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Fundado por monjes capuchinos en 1912, Puerto Asís es uno de esos pueblos de apariencia descuidada, con una vida comercial y nocturna agitada, en los que predominan las motos como medio de transporte. A pesar de no ser la capital departamental, es el municipio con mayor población de Putumayo, con más de 50.000 habitantes, y su temperatura promedio es de 28 grados.
También, es uno de los epicentros del cultivo de coca en el país. De las más de 20.000 hectáreas sembradas con estos cultivos ilícitos en Putumayo, según estimaciones de 2015 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, un importante núcleo se concentra en la zona rural de Puerto Asís, especialmente en los límites con Ecuador. Tan acostumbrados están los pobladores de la zona a la coca que, en conversaciones informales, los campesinos confiesan que son escépticos respecto a la erradicación de estos cultivos pues desde hace muchos años centenares de familias dependen de ellos; un reflejo más de que el camino para el cumplimiento de los Acuerdos de La Habana aún es largo y complejo de transitar…
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Para llegar a La Carmelita desde la cabecera municipal de Puerto Asís, es necesario atravesar el río Putumayo y recorrer en carro, como mínimo, media hora por trochas con tramos indómitos y paisajes inolvidables. Considerando que no hay puente que una al pueblo con las veredas, el río se tiene que cruzar en un ferry o en lancha. La Biblioteca Pública Móvil transportada en el camión rojo, ahora navega por el río Putumayo para llegar a su destino. El sol está en lo más alto del cielo.
En el ferry, además de vehículos pequeños y tractomulas que transportan combustibles, viaja también una chiva blanca cargada de mercados y gallinas metidas en costales de los que intentan escapar infructuosamente. Los campesinos, todos ellos con marcados rasgos indígenas, mantienen una mirada fija y sin apenas hacer cualquier expresión frente al foráneo. Serios, procuran explorar esas presencias extrañas en sus territorios.
Dicen los pobladores de esta zona que hace unos años un desconocido no podía pasar de la cabecera municipal a la zona rural así de fácil, como lo hacemos ahora. El corredor rural que comienza en Puerto Vega, cruza La Carmelita y termina en Teteyé (límites con Ecuador), era de dominio casi exclusivo de las FARC. Ello se evidencia con facilidad pues justo al entrar a Puerto Vega, luego de cruzar el río, se encuentra un grafiti del frente 48 de esta guerrilla que, se nota, ha estado allí por mucho tiempo.
El camino, irregular y en mal estado, está rodeado por casas de madera y una serie de pozos petroleros que, de acuerdo con uno de los habitantes de la zona, están produciendo cerca de 1.400 barriles de crudo al día.
La llegada a La Carmelita, después de veinte horas de viaje en el camión rojo, luego de cruzar dobles calzadas, carreteras en buen y mal estado, trochas y hasta un río, culmina con la sonrisa de bienvenida de Gloria Nupán y una ilusión reflejada en sus ojos que se expresa con estas palabras: “¡esto es un sueño hecho realidad!”. Gloria, originaria del Valle del Guamuez, Putumayo, y bibliotecaria empírica desde hace más de veinte años, ahora tiene el reto de hacer que estas cuatro cajas de colores se conviertan en la primera Biblioteca para la paz.
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La cultura, como una de las primeras caras presentes en las Zonas Veredales y Puntos Transitorios de Normalización, quiere impulsar la generación de confianza y la reconciliación en los territorios. Las Bibliotecas Públicas Móviles, como representantes de la cultura, se quieren convertir en ese lugar de encuentro, en ese espacio para todos que sea ejemplo de inclusión y respeto por la diferencia.
La llegada a estas veredas de esos cuatro módulos de colores junto a un Bibliotecario de la Paz es un símbolo de la presencia del Estado, más allá de la lucha por el monopolio de las armas y el debate de las aspersiones. Es el reconocimiento de que la reconstrucción del tejido social pasa por la construcción de lazos por medio de la cultura y las palabras.
“Leer nos brinda el placer de una memoria común, de una memoria que nos dice quiénes somos y con quiénes compartimos este mundo, memoria que atrapamos en delicadas redes de palabras”.
Alberto Manguel
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