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Historias

60 horas en el Senado

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Foto:

En todas estas horas, vimos a Iván Cepeda hablando en búlgaro por teléfono, a Claudia López irse furiosa en mitad de las plenarias y a Benedetti y Carlos Fernando Galán intentando detenerla; a don Pedro repartiendo queso y frutas entre las mesas, a Álvaro Uribe bostezando y a sus escoltas pellizcándose la cabeza unos a otros en la puerta de su oficina. También vimos a Roberto Gerlein huyendo de una periodista, a Roy Barreras evitando encontrarse con José Obdulio en el baño y a José Obdulio sorprenderse por no saber que el baño era para hacer vida social con el santismo. Esta es la vida cotidiana de los honorables senadores de la república de Colombia. Bienvenidos.
 –Yo me siento a cinco metros de un señor que sé que ha pagado plata para matarme. Y no es Uribe –me dice la senadora Claudia López. Lleva una maleta de estudiante, una gabardina azul y las manos en los bolsillos de un pantalón negro.
–No me muevo un metro dentro del Congreso sin mis escoltas. La gente adentro se mueve sola. Los escoltas se usan de la calle para afuera. Yo no me puedo dar el lujo. Corro tanto riesgo dentro del Congreso como fuera –dice, riéndose. Casi divertida–. Si yo me topo en un corredor con el señor, prefiero estar con mis escoltas que estar sola.
Bienvenidos a la sesión plenaria del Senado de Colombia. Se sabe a qué hora comienza, pero no a qué hora termina. Toda apuesta es inútil. Hay mañanas que, como en una universidad, las paredes amanecen con hojas con grandes letras negras que dicen que por decisión del presidente del Senado, la plenaria no empieza a las nueve sino a las diez de la mañana.
–Uno tiene que entrar [a la plenaria] con cuidadito. Hay que tragarse un sapo enorme, porque hasta que la justicia no haga algo, ese señor tiene derecho a estar ahí sentado, con una curul como la mía –continúa López–. Me lo he topado de frente y le digo, “senador, ¿cómo está?”. Y sigo. Él sabe que lo que pueda hacer para meterlo a la cárcel, lo haré. Me contesta el saludo y sigue.
López sostiene que el año pasado el exgobernador de La Guajira “Kiko” Gómez –que ya la había amenazado anteriormente– casi la mata. La Unidad de Protección del Ministerio del Interior y la Fiscalía conocieron planes específicos para matarla.
El coronel Julio César González es el encargado de la seguridad en el Congreso. Trabaja con 478 hombres, que deberían bastar para que nadie tenga que entrar con sus escoltas. Sin embargo, un par de escoltas me dijeron que algunos senadores sí los necesitan.
–Aquí adentro es más peligroso que afuera. Aquí es más fácil entrar un arma que cargarla en la calle –me dice un escolta–. Esto está lleno de entradas por todas partes.
Las escaleras del Capitolio son un decorado. No es posible que un senador de la República atraviese la Plaza de Bolívar y suba las escaleras. Para entrar hay que atravesar una barrera de la Policía en la esquina suroriental del edificio, donde, en ocasiones, revisan las maletas. Se avanza hasta la puerta que da a la plaza por una rampa y a la izquierda, al pie de las columnas y las rejas oscuras –tan altas como los techos– hay que mostrarle a un policía la autorización para entrar. Las personas que no tienen tarjeta para el ingreso permanente, se les toma una foto y una huella dactilar, se les entrega una calcomanía con el nombre y la foto, que debe ser puesta en un lugar visible. Algunas veces se exige pasar las pertenencias por un escáner, y si se pasan, a veces no hay un oficial que preste atención a la pantalla.
A mí me advirtieron que tuviera mucho cuidado en el Senado, me dijeron que es un nido de ratas, que debía cuidar mi billetera y el teléfono celular. Y así se lo dije a algunos senadores, que en ningún momento se mostraron ofendidos.
–En este Congreso –asegura la senadora Claudia López– uno de cada cuatro que se sienta tiene antecedentes penales. Una investigación abierta. Esa es una fama un poco exagerada, pero bien ganada.
–Cuando yo llegué al Congreso –recuerda el senador Iván Cepeda– hablé con Jorge Enrique Robledo: “¿qué me recomiendas para los próximos años?”. Y me dijo: “Esto no es una discusión académica, esto es una pelea callejera”. En esto hay que tener piel de rinoceronte.
–Tienen de alguna u otra forma razón. La fama que tenemos nos la hemos ganado –dice Armando Benedetti–. Lo que tienen que entender es que pasan cosas peores en el Vaticano, cuando supuestamente ven bajar el Espíritu Santo encima de alguien que lo elige el papa. ¡Eso sí que es más difícil todavía!
El expresidente Álvaro Uribe Velez.
Juan Fernando Cristo, el ministro del Interior, que es el que más sonríe, está siempre rodeado de gente. Él tiene que estar en el Senado pendiente de la agenda legislativa, se ríe duro y agrega: “Para el ministro no es evidente cuál es la bancada más juiciosa”.
Jorge Fernández, uno de los periodistas más veterano en el cubrimiento del Senado, considera que el escándalo más grave que ha ocurrido allí fue el de los congresistas relacionados con paramilitares, en 2002. Otro gran escándalo fue el del Proceso 8.000, y antes fueron las acusaciones del narcotraficante Evaristo Porras, en las que aseguraba que el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, tenía negocios personales con un narcotraficante, y que contaba con un cheque como prueba. Fernández recuerda el debate que se le hizo en el Congreso al general Rojas Pinilla, a quien se pretendía quitarle la investidura de expresidente acusándolo de mal manejo de dineros. Este debate duró tres semanas, y no obtuvo resultados. Otro debate largo fue en el año 1987, el que el senador Ignacio Vives Echavarría hizo en contra del ministro de Agricultura, Enrique Peñalosa Camargo, que duró dos semanas. El senador acusaba al ministro de haber ayudado a algunos terratenientes en particular, y de que su hijo contrabandeaba vehículos. Fue un debate largo y escandaloso, porque además de las graves acusaciones en contra del ministro, cuando el presidente Lleras Restrepo intervino, fue amonestado por el procurador por meterse en asuntos del Senado.
En el actual Congreso, que comenzó a operar en julio de este año, las mujeres representan el 22%. Entre los 102 nuevos senadores hay solo doce que no han sido congresistas y tampoco son de casas políticas. Estos son ocho de la bancada del Centro Democrático, dos del Polo, Claudia López y Luis Evelis Andrade.
Lo más urgente en la agenda de este Senado es el proyecto de Equilibrio de Poderes, que está relacionado con Uribe y la reelección. La idea es que alcaldes y gobernadores tengan el mismo período que el presidente. También es importante la modificación del presupuesto de regalías por explotación de minería y petróleo. Y la reforma tributaria, porque al gobierno le hacen falta 12,5 billones de pesos para financiar el presupuesto general del 2015, el llamado “hueco fiscal”. Se discute de dónde sacar esos recursos, quizá a través de un nuevo impuesto que alcanzara a cubrir al menos cinco o seis billones de pesos.
Esos proyectos tan urgentes –de acuerdo con el reglamento del Congreso– cobran prioridad sobre todos los otros proyectos, y a los senadores les queda poco tiempo. El 16 de diciembre se cierra la primera mitad del primer año legislativo, y retoman el 16 de marzo, completando el primer año el 19 de julio.
****
El expresidente Uribe baja las escaleras rodeado de ocho o nueve hombres, las luces de los flashes lo encandilan y por un momento deja ver unos ojos que parecen desorientados. Ruby Chagui, su jefe de prensa, dice que viene preocupado porque llegó tarde. Asegura que siempre es el primero en llegar, e integrantes de otras bancadas coincidirán en que uno de los partidos “más pilos” es de hecho el Centro Democrático. Pero Armando Benedetti piensa lo contrario.
–Yo creo que Uribe debe estar bravo con ellos [–los demás senadores del Centro Democrático–] porque hay dos o tres que se destacan y al pobre Uribe lo han dejado solo ahí. Los que más vienen son los de la U, los que hacen los debates de control político, los que de alguna forma lideran los temas nacionales de la plenaria, buena parte de las propuestas de la reforma son del Partido de la U. Nosotros lideramos, somos la mayoría, eso es presencia –dice Benedetti.
El senador Iván Cepeda, durante el debate que hizo sobre los nexos paramilitares del expresidente Uribe.
Sería absurdo creer que Uribe es el personaje principal del Senado. Allá se discuten, se resuelven y quedan pendientes muchos otros temas, pero su presencia se siente incluso cuando no está. Durante cuatro plenarias lo perseguí para que me respondiera cinco preguntas, pero nunca lo hizo. Está prevenido con los periodistas. Cuando pregunté si los hombres que caminan junto a él son sus agentes de seguridad, me dijeron que no, que solo son “lagartos”. Pero cuando me acerco a su oficina más tarde confirmo que a la entrada hay un equipo de seguridad de al menos cinco escoltas. Uno le pellizca a otro uno de los gordos de la nuca, y todos se ríen. Otro de ellos se empina de manera constante. Estar todo el día de pie hace que les duelan los pies. La oficina no tiene un cartel que la identifique, y aunque alrededor están las oficinas de otros senadores, como la de Roy Barreras, queda en una zona donde no hay muchas oficinas ni tráfico de personas.
–El senador Uribe tiene una especie de palacete –dice Iván Cepeda muy serio, comparándola con la suya–. La distribución de las oficinas fue muy injusta. Todavía somos una sociedad estratificada, nos falta mucho para ser democracia.
–Se le rinde pleitesía a Uribe al nivel de que una parte del Congreso intentó censurar mi derecho a hacer el debate. Realizarlo fue prácticamente una epopeya. Yo esperaba que él asumiera y enfrentara el debate que le planteé. Pero eligió una estrategia muy equivocada: convertir el debate en un hecho censurado. El debate se llevó a cabo. Y contrario a la imagen que ha querido presentarles a los colombianos, huyó el problema –dice y se detiene. Lo interrumpe una llamada en el celular. Las anteriores no las ha contestado y ha enmudecido el teléfono. El saludo es muy cálido, alcanzo a oír que habla con un hombre. De pronto comienza a hablar en otro idioma, y puedo detectar un “Da”. Dice “Da, da, da”. Pensando en voz alta digo “¿ruso?”. Cepeda agacha la ceja derecha y levanta aún más la otra. Aleja un poco el teléfono celular de la boca y me dice en voz baja: “búlgaro”. Al colgar, retoma la conversación–. No me tomo muy en serio a Uribe. No lo concibo como el gran estadista, una mente superior. No, no, no. Uribe es un ciudadano más. Yo no tengo hacia Uribe una relación reverencial. Yo no lo concibo a él como el gran colombiano. Lo trato como a cualquier congresista. Yo lo miro a la cara.
–A la salida del debate [–que Cepeda hizo contra Uribe–], Uribe me reclamó, en buenos términos, que el crecimiento económico se debía a su gobierno. Y yo –dice el senador Roy Barreras– le expliqué que a él le tocó una época de bonanza mundial, y en cambio a Santos le tocó una época de depresión mundial y a pesar de eso el país sigue creciendo. La conversación ha sido cordial. Ya no me dice compadre, que lo somos, sino “senador”.
Barreras explica que dejaron de ser compadres porque el expresi¬dente no es amigo de la paz, y hubo un momento en que “rompieron”, cuando Barreras reconoció el conflicto armado interno y la ley de víc¬timas. Agrega que para Uribe no hay conflicto en Colombia, sino ame¬naza terrorista, y esa es una diferencia ideológica “insalvable”.
–Dejamos de ser compadres. Los compadres que no creen en la paz no son compadres.
–¿Y a quién odiaría encontrarse en un baño? –le pregunto a Ba¬rreras.
–Con José Obdulio, es muy aburrido. Y a tres o cuatro anónimos que ni siquiera yo sé el nombre. Gente que metieron en esa lista y es¬tán aquí calentando el puesto.
¿Y qué piensa el senador Gaviria de esto?
–Un comentario muy aburridor, no le veo chiste ni le veo ingenio. Yo soy muy aburrido para el santismo. El baño es un sitio necesario y en donde no se va a hacer vida social, hasta donde yo recuerdo.
Horacio Serpa con la senadora Claudia López.
A José Obdulio le llama mucho la atención que tanta gente se hu¬biera ido de la plenaria en que participó el exaspirante al Senado por el Partido de la U, Juan Pablo Salazar, sobre el tema de los discapa¬citados. Los únicos presentes eran los de la bancada del Centro De¬mocrático, y luego había unos pocos senadores en representación de los de su bancada que comenzaron a retirarse a las seis de la tarde, cuando la plenaria finalizó casi a la media noche. Del Polo no había nadie. En un momento, uno de los senadores del Centro Democrático le agradece a Salazar su presencia, disculpándose por la gran ausen¬cia de las demás bancadas y asegurándole que ellos están haciendo su trabajo, que es pagado por sus impuestos. El senador también le agradece a Serpa que haya estado presente y este le responde:
–Tengo que estar aquí para controlarlos a ustedes.
****
Existe un ángulo del interior del Congreso que las cámaras de televisión no capturan: un vitral redondo que hay en la cúpula con seis manos –amarilla, azul, vino tinto, verde, morada/amarilla y gris– que forman un círculo tocándose con las puntas de los dedos y rodean¬do una esfera amarilla, quizá el sol. Alrededor del vitral, unas luces muy brillantes hacen que parezca un ovni. En las paredes, frente a los senadores, hay al menos cinco pantallas que indican el número de senadores presentes, los resultados de las votaciones electrónicas, un mapa de cada uno de los puestos que indican quién está presente y quién no y las imágenes de la emisión en televisión. En el piso hay grandes calcomanías con palabras como “Honestidad” y “Transpa¬rencia”.
Encima de este nivel, en un segundo piso, hay dos terrazas a ambos lados de la media luna. De un lado se sientan algunos periodistas de diferentes medios de comunicación, del otro están los asesores de los senadores. En general se trata de un grupo de jóvenes que parecen ha¬ber estudiado en colegios privados de las diferentes ciudades del país. Se me ocurre que en promedio se habrán graduado hace pocos años de la universidad. Andan con sus computadores, mandando mensajes escritos desde sus celulares, haciendo y respondiendo llamadas. En los corredores del Capitolio siempre caminan detrás de los senadores. Ambiciosos. Futuros prometedores. Egos grandes. Y en su terraza re¬servan las sillas con sus carteras, como si pagaran por ocuparlas.
Juan Felipe Iregui soñaba con ser jugador de fútbol y luego quiso ser ingeniero industrial. Solo se interesó por la política cuando co¬noció al director de la Fundación Revel, que promueve el liderazgo. Su primera responsabilidad política fue ayudar a diseñar la estrategia para revocar al alcalde Petro.
–¿Cuál es su meta?
–Sueño con el euromodelo, un modelo de la Unión Europea que se realiza en Colombia.
–¿No sueña con ser senador, ministro o presidente?
–Sueño, ¿quién no sueña con la Casa de Nariño? Pero me gusta que el destino me vaya formando.
Me pregunto cómo es para el ego de un joven de 22 a 24 años –que como en el caso de Iregui, no se ha graduado de la universidad–, tener ideas que pueden convertirse en leyes.
–He tenido grandes jefes que me han ayudado a entender que todo se realiza en conjunto. Si se entiende eso, el tema del ego no es grave, igual, agradeciendo a Dios por donde estoy. No he conseguido nada de qué alardearme –afirma.
A la derecha, Juan Fernando Cristo, ministro del Interior.
Don Pedro es el encargado de llevarle a los senadores la comida a sus puestos. Todos tienen cuenta con él, y le pagan al día o mensualmente.
El Capitolio fue diseñado por el arquitecto danés Thomas Reed, su construcción comenzó en 1848 y es un laberinto. Muchas puertas altas de madera, baldosas que no brillan, patios interiores, arcos y columnas, alfombras rojas en escaleras que prometen la llegada de algún monarca. Corredores largos que se multiplican de manera simétrica sin llevar a ninguna parte, escaleras casi escondidas. Es fácil perderse.
El segundo piso tiene un balcón interior, desde donde se ve el patio del primer piso. Muebles de madera vieja, en un estado impecable. Escritorios grandes de madera muy pesados, cubiertos de carpetas e infinitos documentos. Bibliotecas llenas de libros. Leyes y leyes, y más leyes. Sofás de cuero negro, mesas de centro con revistas y publicaciones gubernamentales. Secretarias de pelos largos y alisados. Tacones negros, faldas cortas y pantalones, escotes, botones, corbatas, zapatos de cuero negro, mancornas, camisas blancas, pulseras de plata, anillos de oro con piedras preciosas. Una gran cantidad de tomacorrientes en casi todas las paredes. Y a cada sala de espera siempre llega una mujer ofreciendo café, aromática o agua.
El primer día que asistí a la plenaria, la cita era para las tres de la tarde. A las cuatro, con solo unos veinte puestos ocupados, y con mucha gente apeñuscada en los balcones, pidieron silencio. A las 4:09 p. m., mientras que la pantalla frente a los computadores decía que se encontraban presentes sesenta senadores, en el recinto solo se veían alrededor de treinta. A las 4:33 p. m. la plenaria seguía llenándose, y a las 4:46 p. m. las pantallas indicaban que de 102 senadores, ya habían llegado 84. A las 5:20 p. m. se habían reportado noventa senadores y, sin embargo, el recinto continuaba viéndose medio vacío.
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Don Pedro lleva catorce años vendiéndoles a los senadores fruta fresca, atún servido con papitas o galletas de soda, gaseosas, maní, chocolatinas o un queso pera muy apetecido que le traen de Cota. Como dentro del recinto no se maneja dinero, las cuentas se pagan por fuera. En un cuaderno verde tiene anotado cuánto le debe cada quien. Es tan cercano a los senadores que, a veces, los atiende en sus casas con su servicio de banquetes. Asegura que ningún senador ha terminado su período sin pagarle, y aunque la gran mayoría cuidan mucho la dieta, quienes más chocolates compran son Bernardo Elías Vidal y Armando Benedetti, quien, junto al ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri Valencia, son los más generosos con las propinas.
Bandejas cargadas de frutas y botellas de agua entran a la plenaria, y vuelven a salir con basura y platos reciclables sucios. Don Pedro maneja la orquesta de hombres vestidos de blanco que pasan de un lado al otro con cajas llenas de platos, botellas de agua, bolsas de papel de restaurantes como La Hamburguesería o Subway. Están a punto de servir el almuerzo, o la cena, y el ministro del Interior asegura que invita el ministerio, porque el Senado nunca paga por la comida.
Esta es la vida cotidiana de los honorables senadores de la república de Colombia. Bienvenidos.
Serpa nunca sale a almorzar con nadie, porque no tiene tiempo. Dice que tampoco le compra a don Pedro, y que a veces come algo que le comparten otros senadores.
–¿Y entonces qué come usted? –le pregunto.
–A veces el gobierno manda comida. Ahí nos defendemos.
–Todos tenemos cuenta con don Pedro –agrega Roy Barreras–. Si no, moriríamos de hambre. Yo le pago diario, porque sino a él se le olvida y a mí también.
Juan Carlos Trujillo, quien tenía la franquicia del restaurante Carbón de Palo en el Congreso, lo conocía de eventos en que don Pedro había trabajado y lo llamó en el año 2001 para que montara su negocio en el Congreso. Germán Vargas Lleras terminó con la franquicia y Trujillo debió irse, pero le permitió a don Pedro seguir trabajando.
Se dice que los senadores discuten y pelean más cuando no han comido y tienen hambre. Eso pudo haber pasado el martes 21 de octubre de 2014, cuando el senador liberal Guillermo García Realpe criticó al Centro Democrático sobre sus declaraciones en contra del gobierno de Santos, y, según varios medios de comunicación, el senador Uribe habría comenzado a gritar pidiendo la palabra. Cuando el congresista Jaime Durán, que presidía la sesión, levantó la plenaria, el expresidente se habría levantado de su silla para acercarse al puesto del senador García. Algunos aseguran que la discusión fue tan acalorada que hubo manoteos en el aire y Uribe le tocó la cara a García. Otros dicen que solo fue un intercambio de palabras, y que el senador García se disculpó. Algunos medios afirman haber visto el video, pero la Secretaría del Senado lo niega y el tema se convirtió en un chisme.
La senadora Viviane Morales.
Durante tres plenarias busqué a Roberto Gerlein. Me lo señalaban y, por arte de magia, desaparecía. Luego de una ausencia de cuarenta y cinco días, regresó después de sufrir una isquemia cerebral leve. Vestía saco y corbata morados, que parece no quitarse.
–¿Senador, me permite hacerle una pregunta? –le dije, y el hombre no abrió la boca pero asintió, y entonces le disparé–. ¿Aún considera excremental el sexo homosexual?
El senador me hizo el mal de ojo, dio media vuelta y se metió en la plenaria.
–Senador, ¿eso es un sí o un no? –insistí en voz alta.
Nunca le oí la voz. Al día siguiente, durante la plenaria, sirvieron paella. Hacia las cuatro de la tarde el corredor que lleva del salón de apoyo a los baños comenzó a oler muy mal, y a la vista de todo el que pasaba había un pequeño camino que comenzaba en alguna parte y se desaparecía en el baño de hombres. La risa del senador Char Chaljub rebotaba contra las paredes.
–¡Alguien se cagó! ¡Alguien se cagó! –comentó impecablemente bronceado. A mis ojos es el más guapo.
Un par de días más tarde, el periodista y exsegundo vicepresidente del Senado Édgar Artunduaga, tituló su columna en un portal de internet: “El drama del senador Roberto Gerlein”. Allí cuenta un incómodo episodio vivido por Gerlein en el Congreso, en el que debieron ayudarle a salir de un baño y trasladarlo de urgencias a una clínica.
Durante la plenaria huele a mandarina, a tinto, a mariscos o a lo que sirvan al almuerzo y a la comida. En la oficina del secretario del Senado, Gregorio Eljach, huele a habano. Mientras esperaba que me atendiera vi pasar corriendo a un niño chiquito, de tres o cuatro años. Detrás de él corría una mujer negra vestida con uniforme blanco. Detrás de ella iba el senador Armando Benedetti, que luego supe que era el papá del pequeño. Cuando me hicieron pasar lo primero que noté fue el olor. El secretario y otro funcionario estaban fumando habanos. En la amplia oficina de muebles viejos de madera y sofás de cuero negro, flotaba una nube de humo gris, y yo debí hacer un esfuerzo para no toser.
****
Un señor de traje gris toca una campana de cobre cuando es momento de votar. El salón comienza a vaciarse. A pesar de que el voto en la plenaria no es obligatorio, se necesitan mínimo 52 votos para cerrar. En algunas ocasiones han tenido que levantar la sesión cuando no tienen quórum suficiente. Porque en la plenaria casi nunca están todos los puestos ocupados. Una sesión puede durar hasta once horas, y es absurdo pretender que los senadores se queden sentados todo el tiempo. Paloma Valencia se para detrás de su silla y va mucho al baño. El ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, Horacio Serpa y Armando Benedetti, dan entrevistas, y Benedetti, incluso, le pide besos en la boca a una periodista con ojos de gato, que preferiría meter la mano en una licuadora a besarlo. Iván Cepeda se acerca a Jurado, el secretario privado del presidente del Senado, y le pide que lo ayude a que otro senador firme unos documentos. Antonio Navarro Wolff se para a dar una vuelta y se acomoda la entrepierna creyendo que nadie lo ha visto. Los hermanos Galán conversan frente a frente como un espejo, uno mucho más guapo que el otro. A sus espaldas los llaman “los herederos del muerto”. La senadora Nadia Biel Scaff, vestida con una pinta que parece de revista de moda, camina por el salón moviendo el pelo de un lado al otro. Es la más guapa de todas y lo sabe. Uribe Vélez sale al Salón y es rodeado de inmediato. Dos personas quieren que les tomen una foto junto a él. El tumulto a su alrededor me impide comprobar si lleva puestos Crocs negros, como ya se los he visto en otras ocasiones.
–Este proyecto ha dependido del quórum del Centro Democrático –dice la senadora Valencia, muy seria–. Cada vez que nos salimos les toca salir a buscar senadores porque no tienen cómo aprobar si no estamos. Y creo que eso habla muy mal de la Unidad Nacional, porque mucho interés en la mermelada, poco interés en Colombia. Nosotros, desde antes del debate [–el que el senador Cepeda le hizo a Uribe Vélez-], hemos sido muy matoneados. Nos brincan las normas,
se comen la aplicación de la Ley Quinta. Hacen todo tipo de cosas que son ilegales, como el mismo debate, que era un acto ilegal. Sin embargo, ahorita dependen de nuestra presencia para los quórums, y hemos decidido castigar y hacer sentir que el Centro Democrático está. Ya nos dan la palabra de vez en cuando.
–Es decepcionante cuando la gente dice que va a votar de una manera y luego vota de otra –dice Claudia López–. Roy Barreras es un ejemplo: apoyó el Tribunal de Aforados [–un tribunal que se encargaría de investigar y juzgar a los magistrados de las Altas Cortes, al procurador, al contralor y
al fiscal–] en la Comisión Primera, y fue el líder en hundirlo en la plenaria. Yo asistí a cinco plenarias. En la primera, hacia las nueve de la noche, sin que se hubiera terminado la sesión, Claudia López salió del recinto abriendo las puertas como si fuera el viento.
–Claudia, ¡no te vayas! –le dijo Benedetti.
–Tranquila, Claudia, ¡no te vayas! –insistió Galán, y ella solo se detuvo cuando los dos se le pararon enfrente. Pero no tuvieron éxito.
A la derecha, el senador Armando Benedetti.
Cuando le pregunto a Horacio Serpa cómo le explicaría a un niño qué es una plenaria, responde que es un salón grande en donde los alumnos participan en la búsqueda de unos objetivos comunes, con algo de indisciplina. Así son todos los Parlamentos del mundo. Algunos no prestan atención, otros sí. Roy Barreras, en cambio, me dice que es una clase de educación cívica muy aburrida, donde la mitad de los estudiantes mastican chicle, los otros miran por la ventana, los otros juegan tetris y hay dos o tres que hacen la tarea.
–Soporto todas esas horas porque me salva la literatura. Se pierde mucho tiempo, no tenemos el modelo ágil de la Cámara inglesa, donde son preguntas y respuestas de dos minutos. Aquí son discursos de hora y media, eternos. Yo adoro los aeropuertos y los debates, porque en esas horas perdidas puedo leer lo que no había leído antes. Acabo de leer El abuelo que saltó por la ventana y se largó, que es un bets-seller que vendió un millón de ejemplares y es espectacular.
Algunos funcionarios se quejan de que otros hacen preguntas que acaban de ser respondidas, porque no están prestando atención. En algunos casos por despiste y en otros para truncar un proceso. Otros son repetitivos, o es evidente que no están preparados.
Si un senador menciona a otro de manera directa, él tiene derecho a una réplica, es decir, le deben dar la palabra para responderle al funcionario. Pero ya ese funcionario no puede responder porque no existe la réplica de réplica. Ahí termina la discusión. Pero a veces la discusión sigue, a veces hay ataques sin argumentos y ataques personales. El momento en que habla cada senador lo decide el presidente del Senado, José David Name, y lo maneja un equipo técnico.
Desde la primera plenaria a la que asistí, me dio la impresión de que muchos no prestaban atención. Uribe, mascando chicle, no soltaba el teléfono celular. Los integrantes de la mesa directiva, ubicada en la media luna frente a los senadores, tampoco prestaban atención. Name, el presidente del Senado a quien todos se dirigen cada vez que les abren el micrófono, tampoco prestaba atención. Él no tiene tiempo para entrevistas. Siempre lleva una cara muy seria, parece bravo, y cuando se pone de pie semeja un jugador de fútbol americano. Name debe ser equilibrado, y según su secretario privado tiene muy buenas relaciones con todos.
Benedetti camina entre los puestos, es el que más camina. Al pasar golpea con su cadera a un funcionario que conversa con otro, y sigue sin disculparse. Claudia López considera que fue inútil el escándalo que se le armó cuando fue descubierto jugando tetris.
–Yo a veces juego, pero ese día de bobo jugué tetris porque ya había acabado Candy Crush y otro juego de hacer bolitas. Uno puede jugar un juego y poner atención. Era un debate de ocho horas y jugué siete minutos. Está registrado –asegura Benedetti–. Para los que saben de tetris: estoy en el nivel quince y hago quinientos cincuenta mil.
La senadora Paola Holguín habla y parece que cacareara. La bancada del Centro Democrático acomoda unos afiches detrás de sus computadores, de modo que los registren las cámaras de televisión. Son fotografías de automóviles, buses y camiones incendiados: “¿Cuántos atentados faltan para firmar la paz?”.
El senador Iván Duque reparte platanitos de un paquete a su bancada, que se pasa los platos de fruta, como en un picnic. Cuando es el turno de hablar del senador Uribe, con pausas casi incómodas y mucho énfasis en ciertas palabras. En el balcón de los periodistas un camarógrafo se quedó dormido. Paloma Valencia lee una constancia con una voz –que a diferencia de la mayoría de las intervenciones– es apasionada. La noche anterior, luego de varias entrevistas, se acostó tarde y por la mañana no tuvo tiempo de alisarse el pelo.
–A mí me gusta crespo. Pero ahora resulta que es signo de satanismo. Yo no sé, eso es como racista. Daniel Samper Ospina dice que estoy poseída por el demonio. Eso dice él porque tengo el pelo crespo. ¿Será que el de él es muy liso? Hay gente que cree que las mujeres tienen que estar siempre de pelo liso, maquilladas, desnudas y sonrientes.
Cuando le pregunté al senador Horacio Serpa si me contestaba unas preguntas, respondió: “¡Por supuesto! ¡Si yo soy el más famoso del Senado!”.
Durante las plenarias, desde las secretarias hasta los expresidentes comen atún, uvas y paquetes de papitas y plátanos.
–Serpa, ¿usted es un hombre rico?
–Yo soy un hombre pobre –respondió sin revelar siquiera media mueca–. Tengo mi apartamento, tengo mi carro, tengo mi ingreso y vivo feliz. No me importa no tener acciones, no tener ganado, no tener fincas.
–¿Y cómo es para usted trabajar en el Senado habiendo sido objeto de tantas acusaciones?
–Los hombres públicos estamos sometidos a que cualquier persona nos reclame y nos denuncie. Eso puede ocurrir aquí. A mí no me importa, yo siempre le pongo la cara a todas las cosas.
–¿Y a usted no le frustra la falta de control sobre su propio micrófono?
–El manejo del micrófono es una forma de que haya disciplina. A uno le dan la palabra por un tiempo y si uno no lo maneja bien, le quitan el micrófono. Eso se aprende con el tiempo –dice él, que a sus 71 años y junto al senador Gerlein, es el más veterano. En la esquina opuesta está el senador Andrés García Zuccardi, que con 31 es el más joven. “El primíparo”, dice él. “La edad puede ser una ventaja, porque para ser senador se necesita emprendimiento, preparación, recursos, disciplina, organización y suerte”.
–Lo de los micrófonos es muy frustrante y antidemocrático. Porque mal que bien, el Centro Democrático tiene veinte senadores y fue la segunda fuerza tanto en las elecciones del Congreso como en las elecciones del presidente. Nosotros representamos un número muy significativo de colombianos y esperaríamos ser tratados como tal –dice Paloma Valencia–. Puede que ellos tengan las mayorías para aprobar las cosas, pero la oposición tiene que poder plantear las posiciones. A nosotros ni siquiera nos dan la palabra para las mociones de orden o réplica. Mi debate no me lo dejaron cerrar a mí, sino que lo cerró el ministro del Interior, violando toda la Ley Quinta.
–Yo grito –asegura el senador Benedetti, respondiendo la última pregunta que le hice a Serpa–. Es al que más avasalle. Hay gente que uno sabe que, de una u otra forma, va a hablar. La plenaria nada tiene que ver con el tema del orden…, las plenarias son para tomar decisiones. Todo se arma un poco acá. Aquí se regula todo, hasta el sexo. De qué edad lo puedes tener, de quién te puedes enamorar, cómo debes casarte. Todo lo que nosotros hacemos aquí reglamenta, bien que mal, a la sociedad en todos los aspectos de lo que tenga que ver el ser. Hasta un semáforo puede ser una decisión política. Hace doscientos años, aquí mismo donde estamos, mataban a la gente, indígenas, negros, porque no tenían alma e iban en contra de la naturaleza, y en estos doscientos años les hemos dado derechos a los indígenas, a las mujeres, a que los niños no trabajen, a que no seas condenado sin juicio, a que no tortures, a que solo trabajes ocho horas, que las mujeres se puedan separar, votar, estudiar. Los académicos lo único que hacen es como una especie de forense de nosotros. Así le guste o no le guste a la gente, todo eso nos lo deben a nosotros los políticos. Nosotros somos, realmente, quienes hemos permitido el progreso de la humanidad.
Fotografía: Juan Diego Buitrago
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