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Cultura

El campeón del Giro que salvó la vida de 800 judíos

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Foto:

Foto: CiclismoItalia
Cuando aún no competía, Gino Bartali subía en su bicicleta, pesada como un enorme insecto de plomo, y se encaminaba por una colina llamada Moccoli. La ruta era tan empinada, que quienes la subían maldecían angustiosamente hasta alcanzar la cumbre. Para Bartali, remontar esa cinta de asfalto junto al río Arno era un doloroso placer que concluía en la cima, desde donde la Piazzale Michelangelo le ofrecía, en medio de la brisa, la mejor vista de Florencia.
Bartali nació en Poente a Emma, un pueblo aburrido y pobre a la sombra de la riqueza de Florencia, donde la expectativa de vida de los hombres era de 40 años. Unos morían de pulmonía, otros de malaria o de alguna otra enfermedad. En el colegio, Bartali fue el peor alumno de su clase. No podría calificarse como un estudiante fracasado, pues para fracasar es necesario intentar. Bartali nunca lo intentó, pues desde muy joven supo que lo suyo era pedalear y para hacerlo no necesitaba lecciones de aritmética o historia. En las noches, los ojos azules cerrados y el pelo ensortijado sobre la almohada, esperaba ansioso a que amaneciera para recorrer en su bicicleta chirriante las colinas que circundaban Poente a Emma.
Pedaleaba sin mucha técnica, pero era imparable: subía a puras piernas y corazón, con el gesto de un guerrero romano a punto de combatir. A los 22 años ya era campeón nacional de Italia. En 1936 ganó el Giro de Italia y volvió a llevárselo en 1937. En 1938 ganó el Tour de Francia y se ganó el título de ‘leyenda’, el mejor corredor del mundo. Cuando se alistaba para defender su corona en el Tour, la sombra de la Segunda Guerra Mundial cayó sobre Europa y las carreras quedaron suspendidas.
Durante la guerra fue llamado a trabajar como mensajero de la armada de Italia en Umbria y La Toscana. Le molestaba usar un arma, pero gracias a su condición de héroe nacional pudo convencer a sus superiores de andar en bicicleta en lugar de una moto scooter, como los demás mensajeros. En los años de guerra, Bartali se aficionó a leer historias sobre la vida de los santos, como San Antonio de Padua, Santa Catalina de Liseux.
Este libro, escrito por Aili y Andres McConnon, da cuenta de todos los detalles de la hazaña de Bartali en la Segunda Guerra.
En los días en que leía sobre santos, como si fuera un presagio, Bartali recibió la llamada del cardenal Elia Dalla Costa, arzobispo de Florencia. Dalla Costa era amigo del ciclista y había oficiado su matrimonio con su esposa, Adriana. Abierto antifascista, el sacerdote tuvo la valentía de organizar una protesta contra la visita de Adolfo Hitler a Italia.
Cuando Bartali y Dalla Costa se reunieron, el sacerdote le explicó al ciclista que estaban llegando muchos judíos a Florencia y necesitaban ayuda: unos buscaban arribar a Suiza, territorio neutral; otros, cambiar de identidad para salvar sus vidas. ¿Cómo podría el campeón del Tour de Francia colaborar? Con lo único que sabía: pedaleando.
Bartali, quien conocía como nadie los caminos locales, sería el encargado de transportar fotos y demás documentos que sirvieran para elaborar visas y pasaportes falsos desde Florencia hasta Asís, donde funcionaba una imprenta clandestina en un convento.
El sacerdote fue claro: si lo descubrían, lo más posible es que lo enviaran a un campo de concentración o lo fusilaran de inmediato.
Bartali aceptó.
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Realizó su primer viaje muy temprano en la mañana. Hizo lo de siempre: un rato de calentamiento, una revisión a su bicicleta y a las distancias entre sillín, manubrio y pedales. Y arrancó. En el marco y el manubrio de la bicicleta se hallaban los primeros documentos para llevar a Asís. Pasó por en medio de la gente, entre militares italianos y cerca de los soldados alemanes que lucían sus cascos decorados con la calavera y la cruz de huesos, el sello de las temidas SS. Y así, dejando atrás Florencia, se encaminó a cumplir su misión.
En la etapa más peligrosa de su vida pasó por Arezzo, Crotona, Perugia, y luego de una fuerte inclinación y 167 kilómetros de ruta, llegó a Asís para entregar los documentos. Luego, de vuelta a Florencia.
Por muchos días hizo el recorrido hacia Asís. Los soldados que lo veían pasar todos los creían que estaba entrenando.
Algunas veces se encontraba con otro ciclista en la carretera, como lo confirma Alfredo Martini, quien se sentía honrado de acompañar el gran Bartali. Según Martini, Bartali hablaba de cualquier cosa en la carretera, de bicicletas, del clima, de todo menos de la guerra.
Aquel recorrido fue el que más realizó, pero hizo otros más, por Lucca y Génova, por ejemplo. Una y otra vez, con su bicicleta como cómplice, se aventuró a servir como la última esperanza de vida para muchos. Hoy se calcula que con sus viajes Bartali salvó la vida de unos 800 judíos entre 1943 y 1944. La única vez que fue detenido por un retén de la policía secreta fascista, Bartali pidió que no tocaran su bicicleta, pues, según él, estaba perfectamente calibrada a su medida.
Lo más increíble de la historia es que Bartali guardó en secreto la misión que cumplió durante la guerra. Solo se lo contó a su hijo. “Era algo que había que hacer, no algo de lo que deba hablar", diría poco antes de su muerte, en el año 2000.
El heroísmo de Bartali no acaba ahí. En la guerra hospedó en su casa a la familia de un amigo judío Giacomo Goldemberg. “Nos acogió a pesar de que sabía que los alemanes mataban a cualquiera que escondiera a judíos”, dijo en una entrevista a la BBC el hijo de Goldemberg.
Después de la guerra Bartali las grandes carreras regresaron. Gino Bartali siguió haciendo historia. En 1948 logró ganar el Tour de Francia. Las gestas contra su gran rival, Fausto Coppi, forman parte de las páginas más memorables de la historia del ciclismo.
En Poente a Ema, el pueblo de Bartali, hay un pequeño museo en su nombre. Allí se exponen algunas de sus pertenencias, incluidas sus bicicletas, las mismas con las que se convirtió en leyenda.
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