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Verónica Orozco

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Unos la recuerdan por su papel en A corazón abierto. Otros, por su canción “Las bragas”, otros por su actuación en la lectora o por verla en la pantalla grande en películas como Bluff, El reality y Soñar no cuesta nada. Sin embargo, a sus 39 años, no quiere etiquetas: su vida transcurre entre los sets de televisión, las cámaras de una película de cine o las tablas de un escenario, donde puede interpretar un personaje o cantar para cientos de personas. Ella es Verónica Orózco, una mujer que con su voz y la intensidad que le pone a su trabajo demuestra que hoy está más vigente que nunca.
Cuando era una niña, llegaba a los sets de grabación después del colegio y se quedaba viendo cómo se hacía televisión o teatro, muchas veces hasta después de la medianoche.
Su papá, Luis Fernando Orozco, fue uno de los pioneros de la actuación en Colombia. Eran los años ochenta y en esa época trabajaba en programas como Don Chinche y Gallito Ramírez. Verónica llegaba en las tardes, con el uniforme de colegio y veía maravillada los montajes, hablaba con las personas del vestuario y se metía a los ensayos para entender de qué se trataba el oficio: “Me acuerdo que un día, para una obra de teatro, hubo un momento en que mi papá hizo un congelado y se quedó una eternidad así, quieto”, dice. “¡Yo quedé impresionada porque no parpadeaba ni nada!”.
Como sus padres estaban separados y sus hermanas –Ana María, que después fue protagonista de Betty la fea, y Juliana– le llevaban varios años, también pasaba el tiempo pegada a las emisoras de radio, escuchando Soda Estéreo y Los Prisioneros. Grababa casetes enteros con sus canciones favoritas y después se grababa a sí misma, jugando a que ella era la presentadora o cantando canciones que ella misma se inventaba. Fue así que se dio cuenta de que su vida iba a ser la de una artista.
Desde entonces ha hecho tantas telenovelas, series, películas y obras de teatro, que hacer una lista le llevaría horas. Generaciones totalmente diferentes son capaces de reconocerla: algunas por su papel en la legendaria serie Oki Doki, donde empezó su carrera; otras por películas como Bluff y El reality o por series como La lectora o A corazón abierto, la adaptación colombiana de Grey’s Anatomy. También le gusta hacer teatro: actuó en la icónica La siempreviva e incluso ha escrito y dirigido sus propias obras, como A mi chica le gustan las de miedo, una historia de terror que hace cuatro años presentó en Casa E y en La Maldita Vanidad.
Su creatividad se vuelve especial cuando se trata de la música. En 2006 lanzó “Las bragas”, una canción que le daba una mirada irónica a la coquetería de los hombres y que la puso a sonar en emisoras de varios países de América Latina. Grabó un disco que llevaba su nombre y otra de las canciones, “Pasión asesina”, hizo parte de la banda sonora de Soñar no cuesta nada, la película sobre unos soldados que encontraban una caleta y deciden repartírsela entre ellos en la que Verónica también actuó. Después vinieron otros singles, como “Dónde está mi varón”, que estrenó en 2010.
Ahora está casada, tiene una hija de seis años y está más vigente que nunca: solo este año actuó en dos series, una película de cine y una obra de teatro. En junio, por ejemplo, estaba de lunes a sábado en Bogotá presentando Nerium Park, un montaje en donde ella y Santiago Alarcón aparecían en escena durante una hora y media intercalando monólogos que los llevaban de la risa al llanto, la euforia, la depresión y a todos los estados de ánimo posibles; pero esos eran sus días de descanso, ya que de domingo a jueves estaba en Cartagena grabando Siempre bruja, una serie que Netflix estrena el próximo año.
Y, cuando por fin parece tener un respiro, llena todos los martes y los jueves el teatro La Castellana, donde es una de las cantantes de Mujeres a la plancha. Allí aparece con Diana Ángel, Laura Mayolo, Adriana Bottina y Carolina Nuñez cantando rancheras y canciones populares que a veces suenan con guitarras eléctricas de fondo. Esa es su pasión, la música. Por eso, no es raro que sus compañeras de trabajo le digan “rockola” y que cada vez que ensayan una nueva canción, ella se sepa la letra desde el principio hasta el final.
Usted creció en una familia de actores. ¿Recuerda la primera vez que estuvo frente a un público?
Cuando era chiquita, mi hermana Ana María y yo les hacíamos obras de teatro a mis papás. Ellos nos habían regalado un libro de cuentos y nosotras les presentábamos las obras. Mi papá fue uno de los pioneros del café concierto en Colombia y tenía un baúl lleno de ropa que nosotras usábamos para disfrazarnos.
¿Cuál fue la primera obra que vio en teatro?
El paso, con mi papá. Fue una de las obras más emblemáticas del Teatro La Candelaria. No sé cuantos años tenía, pero mi papá me llevaba a todas las obras. En ese momento creo que no entendía muy bien, pero ahora cuando me acuerdo me doy cuenta de que era una obra social divina. Además él nunca dijo: “Ella es una niña, llevémosla a títeres”, el me metía en obras de adultos y ahí vi por primera vez lo que era el teatro y lo que eran los actores de oficio.
Ahí dijo: esta es mi vida.
Sí. Eso y la música. Porque en mi casa no hay cantantes ni músicos, pero yo soñaba con cantar. Ya más grande, cuando tenía como doce años, viajé a Venezuela porque mi papá estaba haciendo una telenovela allá que dirigía Tony Navia, la directora de Oki Doki. Cuando yo supe que ella había
sido la directora de Pequeños Gigantes casi me muero: empecé a hacerle shows todas las noches, sacaba la guitarra, le cantaba canciones, era superintensa. Ya en Bogotá me llamó y me dijo: “Vamos a hacer un programa, ¿quieres estar ahí?”. Yo le dije que de una.
Pero usted nunca fue a una escuela de actuación…
Siempre fui muy empírica. Nunca fui a una escuela de actuación ni de canto. Fui muy mala estudiante en el colegio, luego me metí a estudiar música y también me fue muy mal. Siempre daba con profesores supermontadores, que me sacaban corriendo. ¿Será que le tenía miedo a la autoridad? [risas]. Fui un desastre en el área académica, pero en cambio me guío mucho por la intuición. Fue mi papá el que me enseñó todo lo que sé de esta profesión. Él siempre me regala libros y me recomienda autores o películas… No sigo una técnica, siento que toda esa información simplemente la llevo conmigo Además para mí es muy importante el trabajo con mis compañeros. Con Enrique Carriazo, por ejemplo, que es uno de los actores que más admiro, acabamos de grabar La gloria de Lucho, una serie en la que fue clave conectarnos: como aparecíamos juntos en todas las escenas, nos inventábamos detalles y chistes que les metíamos a los personajes. Esto al final es un trabajo en equipo y es hablando con los otros actores, con los técnicos y con los camarógrafos que se logran las cosas.
¿En su casa también se veía mucho cine?
Mi mamá me mostraba películas buenísimas. Me encantaba Tarkovsky, David Lynch… Pero ahora lo que más veo, por mi hija, son películas infantiles. La última que vi fue la que cuenta la vida de Christopher Robin, el creador de Winnie the Pooh.
Si su papá le dejó la actuación. ¿Qué le dejó su mamá, Carmenza Aristizabal?
Mi mamá es una yogui impresionante. Todo esto que esta en auge de comer quinua y de la alimentación sana, mi mamá ya lo tenía cuando mis hermanas y yo éramos chiquitas. Ella nos crió así y además nos enseñó a hacer yoga… Es una mujer muy espiritual. Ya después yo me despeloté, me fui para otro lado [risas].
Aunque siempre cantó y estudió unos semestres de música, su carrera musical empezó realmente con “Las bragas”. ¿En qué estaba pensando cuando la hizo?
Yo me había ido unos meses a Nueva York y vivía con mi hermana, con Ana María. En esa época yo era un poco rebelde... Y en el fondo siempre he sido así, un poquito; no por provocar porque sí, sino simplemente por decir las cosas que quiero decir. Un día conocí a Iván Benavides, que fue el productor de ese disco, y le gustó la canción. El disco tenía flamenco, tenía bolero, tenía rock…
Y su último single fue “Dónde está mi varón”, una canción que con ironía critica la irresponsabilidad de los hombres.
La compuse con Claudia Brand en 2010, pero la canción no salió sino hasta 2016. Ella me buscó porque le había gustado el trabajo de “Las bragas” y la saqué como sencillo. Me fascina esa canción porque tiene una esencia de denuncia, de que hay que decir lo que no está funcionando. Siento que es una música muy femenina, como de queja. Si “Las bragas” era una burla a la coquetería de los hombres, lo de “Dónde está mi varón” era tener la voz de mujeres trabajadoras que sacan a sus hijos solas. Se trataba de apoyar las voces de esas mujeres que salen adelante solas con sus hijos. No quiero generalizar, pero siento que Colombia es un país con mucha desigualdad. Yo hablo muchas veces con maquilladoras, con gente del medio de la actuación, y sale el tema en la conversación cuando uno les pregunta por los hijos: “No, es que me toca pagar un montón de cosas”. Entonces uno les dice: “¿Y dónde está el papá?”. “No, es que no responde”. Ellas no demandan porque no tienen tiempo o porque no saben cómo asesorarse. Entonces a partir de toda esa experiencia, dije: “Hay que hacer algo porque es muy triste que las mujeres no hagan denuncias y que los papás no respondan simplemente porque no hay consecuencias”. Así salió la canción.
¿Volvería a grabar música?
Tal vez. Lo disfruto mucho, pero la promoción me parece desgastante y en este momento el tiempo con mi familia es lo primero. Si vuelvo a sacar un disco o un sencillo va a ser algo para regalar o para subir a Spotify, que la gente lo oiga y ya y que la música hable por sí sola.
Solo este año usted hizo televisión, series, cine, teatro y ahora está cantando… ¿Le gusta toda esa intensidad?
Sí. La actividad de un actor es estar creando todo el tiempo, reinventándose, tomando riesgos. Y si está la oportunidad de hacerlo todo, pues a todo le digo que sí.
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