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El imperio de los vinos chinos

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Los chinos llegaron tarde al negocio del vino.
Cuando en los años setenta un chardonnay de California vencía a un borgoña francés en la Cata de París, las montañas de Ningxia eran apenas un desierto donde sobrevivían pastores de ovejas. Y cuando en los noventa Chile se convirtió en una potencia exportadora de cabernet sauvignon, en Shanghái pensaban que Burdeos era una marca de vino y no una región.
Los viñedos de la bodega Chateau Changyu, en Shandong, donde se cultiva la cepa cabernet gernischt desde el siglo XIX. Foto: (CC BY-SA 3.0) Canuckpilot.
Pero todo cambió gracias a una decisión del gobierno: inyectar miles de millones de yuanes para transformar las tierras desérticas en un enorme viñedo.
En 1996, por primera vez en la historia, un primer ministro chino brindó con vino tinto frente a las cámaras de televisión. En esa época, la única región productora de vinos medianamente conocida era la península de Shandong, a una hora y media de vuelo desde Pekín, que había heredado la cultura de los monasterios católicos alemanes. El brindis de Li Ping fue un símbolo que precedió a la transformación: hoy, con más de 8.700 hectáreas de viñas plantadas –casi el doble de las que hay en Estados Unidos–, China es el segundo país con mayor cantidad de viñedos –solo detrás de España– y produce tanto vino como países con tradición centenaria, como Argentina.
Las montañas Helan, en la provincia de Ningxia. Los valles de esta zona se están convirtiendo en una de las principales zonas productoras de vino en China. Foto: (CC BY-SA 2.0) Edescas2.
La provincia de Ningxia es la principal protagonista de ese milagro económico. A principios del siglo XXI, el gobierno local completó los primeros distritos de riego alimentados por el río Amarillo en los alrededores de Yinchuan, una ciudad de dos millones de habitantes que está separada del desierto del Gobi por apenas una pequeña cordillera. Así, una franja de desierto se convirtió en un inmenso valle artificial a 1.100 metros sobre el nivel del mar, con más de cien bodegas vinícolas que plantan cabernet sauvignon y cabernet gernischt –como ellos llaman al carménère– y que entierran totalmente las vides en invierno para protegerlas del frío de -30 ºC que llega del Gobi. El número de bodegas, además, puede crecer: en una reciente entrevista con The New Yorker, Jancis Robinson dijo que nunca había visto un gobierno tan focalizado en el desarrollo del vino como cuando visitó China, y en los últimos cinco años estuvo disponible un fondo público de más de 110 millones de euros que ofrecía créditos a 50 y 70 años para compañías que quisieran invertir en el sector.
Aún falta bastante para hacer un mapa detallado de terroirs en China. Por ahora, las regiones de las que se habla son tan grandes como países enteros. En la provincia de Gansu, por ejemplo, está la región de Wuwei, una planicie fría del tamaño de Bélgica donde se planta pinot noir y riesling. En Yanqi, un territorio de la enorme provincia de Xinjiang, el marselan se está convirtiendo en un vino común. Y al sur, en las montañas tibetanas de la provincia de Yunnan, hay pequeñas terrazas a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar donde crece un cabernet sauvignon que, según Robinson, tiene características únicas.
Viñedos de la provincia de Shandong, la región con más tradición vitivinícola en China. Foto: (CC BY-SA 3.0) Canuckpilot.
Poco a poco, los vinos chinos se acercan a los grandes del mundo. En el 2014, por ejemplo, un cabernet sauvignon de Ningxia logró 91 puntos en la escala de Robert Parker, algo que parece un milagro en un país donde la industria del vino tiene apenas 20 años. Solo falta que llegue un hito y que un caldo elaborado en China supere en una cata a ciegas a las grandes leyendas europeas. Mientras tanto, vale la pena buscar etiquetas en mandarín para probar en los viajes: ya hay botellas que se venden en Europa o Estados Unidos. Se podría llevar una grata sorpresa.
JOSÉ AGUSTÍN JARAMILLO
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 147 - MAYO-JUNIO 2019
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