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El chontaduro, el fruto del Pacífico

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 En medio del renacimiento culinario que hay en Colombia, en el que los sabores locales son motivo de fascinación para los chefs y los snobs de la gastronomía, el chontaduro ha salido bastante beneficiado. Es un fruto del tamaño de un durazno que crece en lo alto de las palmas arecaceae, una especie que abunda en el Chocó geográfico. Con el chontaduro se han hecho salsas y mermeladas, platos en costosos restaurantes de la capital y hasta helados artesanales o martinis. Sin embargo, las calles de Cali son inmunes a estas pretensiones: allí el chontaduro se sirve en bolsita de plástico y se come de pie, en la calle, al lado de otras personas que están matando el antojo. Encontrarlo es fácil: no tiene que seguir más que a su nariz, pues el aroma del chontaduro –que es muy diferente a su sabor, pues a la nariz es dulzón mientras que al paladar es bastante seco– se siente a media cuadra de distancia.
Para la cultura popular el chontaduro tiene poderes. Lo conocen como “el viagra del Pacífico” porque es un afrodisiaco bastante potente… o al menos eso dicen, porque la ciencia no lo ha probado; y es famoso por su valor alimentario, porque tiene tanto calcio como un vaso de leche y tantos nutrientes como un huevo. La rutina de los vendedores de chontaduro es difícil: cada noche compran los racimos del fruto que llegan a las plazas de mercado desde ciudades como Buenaventura, los llevan hasta sus casas y allí los cocinan durante al menos una hora en grandes ollas llenas de agua.
No es difícil encontrar gente vendiendo chontaduros por el centro de la ciudad, por los hospitales o en las galerías (otro nombre para “plazas de mercado” en el Valle). Además, comerlo no tiene ciencia: con sal o con miel, o con los dos, y, definitivamente, con la mano. Sin embargo, si quiere ir a lo seguro, lo mejor es hacerle una visita a doña Alicia Córdoba –o Alicita, como le dicen sus clientes–, que empezó a vender la fruta en 1966 en las calles de Medellín y finalmente se asentó en la puerta número seis de la galería Alameda, en Cali. Tanto guías internacionales como los mismos caleños mandan a los no iniciados en el chontaduro a este lugar. Y hay que decir que no decepciona.
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